¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

El aviso de Lhardy

Algunos brindarán con Aquarius por los apuros de Lhardy, como hicieron con el cierre de Zalacaín, el restorán de la Transición

El Estado español nació como respuesta a la crisis de la Monarquía Hispánica, durante tres siglos un conglomerado de territorios y culturas que fue gobernado desde la Península Ibérica con todas las limitaciones propias de la época, pero con una sorprendente eficacia de la que tendrían que aprender los políticos actuales. El viejo imperio de los Habsburgos y Borbones no pudo superar aquella gran extinción del Antiguo Régimen que vino con las revoluciones atlánticas y el huracán napoleónico, pero dejó como último rescoldo un nuevo estado liberal europeo que, pese a sus inseguridades y a los muchos problemas a los que se ha enfrentado en estos dos últimos siglos, ha conseguido llegar íntegro hasta nuestros días .

La construcción del Estado español se hizo a golpe de grandes hitos: el impulso de la desamortización, la fundación de la Guardia Civil, la creación de las provincias y los gobiernos civiles, Galdós, la construcción del ferrocarril, la peseta… Pero también con pequeños acontecimientos que fueron configurando una nueva sociedad. Uno de ellos fue la fundación en Madrid de Lhardy hace ya 182 años, con lo que la gastronomía española entró en la modernidad de la gran cocina burguesa, que desde entonces acompañaría a la política deliberativa y conspirativa nacional en todas sus etapas. Aún hoy es muy habitual la figura del político adicto a los restoranes, tipo humano que vivió un glorioso renacer con el nacimiento de las autonomías.

El hecho de que Lhardy haya entrado en preconcurso de acreedores (que no significa su cierre, pero lo hace más posible) es un aviso más de lo mucho que se está llevando la pandemia, casi tan corrosiva socialmente como aquel pequeño oficial corso que, pese a ser derrotado en Waterloo, cambió el mundo para siempre. El coronavirus es una manifestación más del gran cambio que está experimentando el mundo desde el crac de 2008 y que acabará, entre otras muchas cosas, con el viejo orden gastronómico de Lhardy: con ese mundo imperfecto pero humano de manteles gruesos y lentas digestiones de cocido; de maderas y vajillas nobles; de una cierta españolidad que mezcla casticismo y afrancesamiento; del gusto por comer y beber en contra del criterio médico; de los contubernios en el salón japonés. Algunos, probablemente, brindarán con Aquarius por los apuros de Lhardy, como brindaron con el cierre de Zalacaín. Es el precio que hay que pagar por ser uno de los símbolos gastronómicos de un país en el que no cree ni su vicepresidente.

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