Ha refrescado. Octubre nos atosiga con telediarios interminables en todas las cadenas de televisión en las que cuentan cada erupción del volcán de La Palma y con noches placenteras de un verano tardío en el que ya aparecen las ventanitas encajadas, las sábanas desenrolladas y las colchas dispuestas para el segundo sueño. Y, ya ves, loco de mí, aquí me tienen, pasada la medianoche, sentado en uno de estos bancos quijotescos de la Plaza Alta contándole a mi amigo Javi Nieto, entrenador del equipo de baloncesto de Melilla, historias nacidas del Cortijo de los Gálvez y otras andanzas propias de la historia de Algeciras.

Javi me conoce y aguanta estoicamente la chapa que le estoy dando sobre la iglesia de La Palma, el obelisco que después fue una fuente y la fuente a la que pusieron unas ranas de segunda mano para servir de trampolín a las palomas. Es muy buena gente y de vez en cuando me cuenta algo de su Melilla de su alma. En el fondo, nos parecemos un montón y somos dos puretillas a los que les hierve la sangre con las cosas de sus pueblos pero que serían incapaces de vivir sin ellos.

Como siempre, ya ustedes me conocen, juré en arameo al contarle lo del atentado sin precedentes que se cometió con la construcción del edificio Plaza Alta, que encarceló para siempre a las miradas de los algecireños, y le relaté algunos otros atentados imperdonables como la demolición de La Perseverancia cambiándola por sendos adefesios de la Plaza de Andalucía (aquello de Parques Urbanos y lo actual) o, recientemente, la mutilación practicada al Edificio del Campus Tecnológico de Algeciras y al Centro Documental José Luis Cano a los que les han metido por delante otro mazacote de pisos con los que hacer caja en lo que debería ser un centro urbano repleto de edificios públicos emblemáticos.

A Javi Nieto le hacen gracia las cosas que le cuento y me dice que estas historias le suenan mucho, que en su Melilla pasan cosas muy parecidas. Y no es que compartir estas desgracias nos consuele, pero nos confirma que mangantes insensibles florecen por todas las esquinas de nuestro país, incluso siendo una ciudad autónoma como la suya donde los dineros entran a espuertas.

La verdad es que uno puede hacer poco ante tanto atentado inmisericorde, pero ahí tenemos el gran atraco de La Escalinata, culebrón de culebrones, la miserable venta del estadio Mirador que tan suculentos beneficios dio a unos cuantos y todo un rosario de pequeños delitos urbanísticos que las siglas de turno fueron sepultando según convenía.

Se hace tarde, refresca y no quiero que mi amigo se vuelva mañana a Melilla sin conocer la historia que le voy a contar viendo el mercado Ingeniero Torroja y su bóveda sin columnas. Es tarde y lo noto cansado, pero a la vuelta para el coche, aparcado junto a la Cervecería Parque, me ha dicho, asfixiado subiendo Cánovas del Castillo, que cada día le gusta más Algeciras.

Y es que tiene una cachaza…

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