El mástil

Ildefonso Sena / Isena@imagenta.es

El asesor

DE un tiempo a esta parte está apareciendo, cada vez con mayor profusión, la figura política del asesor. Uno entiende que el presidente del Gobierno, e incluso sus ministros, cuenten con estos maestros en cada materia porque no todo el mundo puede ser maestro liendre. Podríamos extender tal necesidad a los presidentes autonómicos y, si me apuran, a cada uno de sus consejeros. Pero lo que manda huevos es que ya empiezan a tenerlos los concejales, diputados provinciales y miembros de las mancomunidades de municipios. Y lo que más me enerva es que uno no llega a saber nunca en qué asesora.

Para el arriba firmante es imprescindible su asesor fiscal, y no porque maneje una pasta gansa como esa del patrimonio cuyo impuesto los socialistas quieren quitar si ganan las elecciones, sino porque este puñetero país se lleva la palma en farragosidad si de administración pública se trata: a ver qué pequeño empresario puede enfrentarse él solito al follón de trámites que cada tres meses tiene que cursar sin ahogarse en la bulla del desconocimiento y funcionarios con cara de acelga.

Dicho esto, parece más claro que el agua que la figura del asesor político es la consecuencia de la oferta y la demanda de poltronas. Cuando el número de estas es inferior a los aspirantes, y eso suele ocurrir casi siempre, una asesoría de 4.000 euros del ala al mes viene como anillo al dedo para tranquilizar los ánimos de quienes se quedaron descompuestos. Y, lógicamente, hay que buscarles una novia. O un novio, por aquello de la paridad.

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