Todo se asemeja a un escenario lleno de atrezzo

Biden y Putin se han sentado a hablar. Al menos, eso dicen las crónicas. En verdad, no les hemos oído y no sabemos, exactamente, qué es lo que se han dicho, si es que se han dicho algo mínimamente interesante y si es que ese algo puede acaso mejorar nuestras vidas. La foto de ellos dos, preparados para hablar, no se me cae del pensamiento. Se me ha quedado grabada y no puedo, desde hace días, deshacerme de ella. Para inmortalizar el momento, han elegido un saloncito cuadrado y sin ventanas-no entra la luz- y han colocado varios sillones y una mesita de inspiración Luis XV. Son muebles -no despreciemos la metáfora- al gusto que acuñó la corte presuntuosa y despilfarradora de un rey absoluto. La madera de cada uno es distinta, así que deduzco que los han tomado de sitios y conjuntos diferentes con la premeditación de quien saca ante las visitas lo que cree que es mejor para cubrir las apariencias. Sobre el suelo, la alfombra, tan costeada como asfixiante, pregona que estos tipos están forrados y pueden pisar sin miramiento sobre el lujo oriental. En mi opinión, y desde la experiencia que me da mi alergia a los ácaros, las personas que usan este tipo de alfombras que lo tapan todo ni son muy limpias ni son de fiar. Tras ellos, la vetusta librería resulta tan poco creíble como un fondo de pantalla para una sesión de zoom. Si quisieron hacer un guiño a la cultura, se equivocaron: todos sabemos que esas librerías nunca se usaron para leer, sino para intentar demostrar que se tenía cierto lustre 'adquirido'. Por si fuera poco, situado entre ellos, el globo terráqueo completa el mensaje: que quede claro quién controla el mundo. De repente, a primera vista, la foto me hace imaginar ese momento nauseabundo en el que Hitler y Stalin estamparon su firma sobre el mapa de Polonia para repartírsela.

De poco sirve el pequeño centro de flores blancas: todo es marrón, oscuro, casposo y triste. Las flores están deseando marchitarse para que las quiten de en medio lo antes posible. No hay nada amigable en esa imagen, nada humano, nada sincero. Todo se asemeja a un escenario lleno de atrezzo en el que se va a iniciar el primer acto de una preocupante obra teatral. Puede percibirse a la legua la voluntad de emular las representaciones pasadas del poder, pero por el camino se han perdido la elegancia y la finura de otros tiempos. No hay aquí, como en el famoso cuadro The Ambassadors de Holbein el Joven, que cuelga en la National Gallery de Londres, ni un laúd, ni una esfera celeste, ni un reloj, ni una flauta, ni un libro de aritmética abierto, ni mucho menos un mensaje de apología a las matemáticas y a las artes liberales.

Y, sobre todo, en la foto de Biden y Putin, falta ese hueso de sepia, que en el retrato de los embajadores es, en realidad, la anamorfosis de un cráneo humano. No está la calavera, es cierto, pero yo la veo.

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