La tercera etapa de la Vuelta a España transcurría entre las sierras y pinares de Soria para rendir cuentas en la Laguna Negra cerca del pico de Urbión. "Tierras para águilas" escribió Machado en el romance "La tierra de Alvargonzález", donde esta laguna que -según la leyenda- no tiene fondo, sirvió de gélido sepulcro para el cadáver de Alvargonzález tras ser asesinado por dos de sus hijos. El irlandés Daniel Martin ganó la etapa y en la preceptiva entrevista a pie de pódium, quizás imbuido por la siniestra atmósfera de tan agreste escenario, se acordó del nacimiento de sus hijos y empezó a llorar. Por empatía, en los estudios de Eurosport a Laura Meseguer, la excelente periodista (en trance de ser mamá) que traducía sus palabras, empezaron a vidriársele los ojos. Al contrario de los tiempos en que el llanto era una señal de debilidad y ya desde muy niños se nos aleccionaba a reprimirlo, hoy en día, al amparo de la inteligencia emocional, llorar es un signo de sensibilidad que provoca en el auditorio la pulsión de derramar unas lágrimas conmovidos al ver las que surcan las mejillas del afligido. Llora el futbolista que deja un equipo para fichar por otro (aunque el cambio suponga una considerable mejora de sus ya de por si desorbitados emolumentos); llora el político ya sea al tomar posesión del cargo que le solucionará el futuro a él y su familia (v. gr. Iglesias o Echenique) o ya sea en el momento que por alguna desafortunada circunstancia (generalmente de carácter judicial) se ve obligado a renunciar a semejante chollo (Granados, Griñán y Chaves, Mas, Cospedal, Camps…) y, sobre todo, lloran las gentes del "show-business": la folclórica que disecciona ante las cámaras sus hazañas libidinosas, el concursante que se emociona al entonar su canción, el jurado que se enternece con el aspirante a estrella y en general cualquiera que sea consciente de la rentabilidad mediática de unas cuantas lágrimas derramadas a tiempo. El llanto, por así decirlo, se ha trivializado perdiendo gran parte de su componente dramático y de su efecto catártico. Nada que ver, p. ej., con el llanto de Nerón por el suicidio de su amigo Petronio (justo antes de que, por orden del mismo emperador, los pretorianos lo asesinaran) y que puede verse en la película "Quo Vadis". Al conocer que se había matado sin su permiso, Nerón (Peter Ustinov) se dirige al prefecto de su guardia pretoriana Tigelino y le pide el vaso de lágrimas: "Lloro por ti Petronio, una lágrima por ti, otra por mí". El lacrimatorio da fe de la consideración casi sagrada que se concedía al llanto, al punto de acompañar al difunto en su tumba como muestra del dolor que había producido su muerte en familiares y allegados. En Roma y antes en Egipto, el llanto era parte tan esencial de los funerales que se "profesionalizó" su práctica a través de las plañideras, mujeres encargadas de amenizar con su sobrecogedor llanto las más solemnes exequias. No en vano -dijo W. Hazlitt- la carcajada y la lágrima son la única prueba concreta de la existencia del hombre.

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