En una entrevista periodística a una nonagenaria mecenas gaditana que acababa de ceder su patrimonio artístico al Museo de Cádiz, se produjo un divertido momento. Entre los cuadros donados se encontraba uno de Sorolla, pintado en París, durante un viaje juvenil. Un bello retrato, con ella de modelo. La periodista preguntó a la señora por su recalcitrante soltería y la respuesta fue antológica: "No se vaya usted a creer, tuve muchos pretendientes. Alguno hasta del extranjero, concretamente de Jerez". Esa humorística respuesta resume muy bien el chauvinismo gaditano que llega hasta a tildar de beduino al que, viviendo en Cádiz, lo hace fuera de las Puertas de Tierra. Cuando, en la fiebre de la "novena provincia", se decía que Cádiz machacaba al Campo de Gibraltar, a mí me sonaba extraño porque para mí, era otra cosa. En Cádiz, ni tan siquiera conocían nuestra comarca. También pasa aquí. Hay personas de Algeciras que no conocen a fondo La Línea y viceversa. No se puede querer lo que se desconoce.

Qué suerte tenemos los gaditanos: poder disfrutar, libres de prejuicios atávicos, la belleza y diversidad de nuestra provincia. Una de las cosas que nos gustan a mi santa y a mí es el pasear por las calles de Jerez de la Frontera y al pasar por una de sus numerosas bodegas, percibir el olor del vino. Para ella es un aroma de su infancia que transcurrió en Jerez y para mí, el recuerdo de mi padre que me enseñó a amar el vino de esa tierra. No conozco otra cosa que me una más con la naturaleza que una copa de oloroso seco. Cuando encuentro una pequeña bodega, de esas con olor y sabor a mosto cuyos viejos toneles, adornados con telarañas, guardan al vino dormido que despertará el corazón de los hombres, siento la misma emoción que al entrar en una catedral. Uno de los libros más sabios de la Biblia, el Eclesiastés, dice: "El vino es vida para el hombre, siempre y cuando se beba con medida" y añade, "¿Qué es la vida para quien le falta el vino? Fue creado para alegrar al hombre. Alegría del corazón y regocijo del alma es el vino bebido a tiempo y con medida. Amargura del alma, el vino bebido con exceso". Un buen Fino para tapear, un Bristol Cream con un gajito de naranja de aperitivo, un poquito de Amontillado para revivir los sabores de un segundo plato de paella o un toque de Oloroso para la sopa de pescado, son pequeños milagros cotidianos. Y para milagros, el de Jesús de Nazaret, que nunca le echó agua al vino y lo convirtió además, en su propia sangre.

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