80 años después

De un tiempo a esta parte, el Gobierno expende diplomas para los que llama "víctimas del franquismo"

Una guerra es una gran tragedia. La nuestra de 1936 fue de las peores; no sólo por lo sucedido, sino además por sus duras y duraderas secuelas. La República Española (1931-1936) empezó mal y fue a peor, si bien daba gusto saber de sus propósitos. Pero el volumen acumulado de secesionistas y resentidos sin causa era tal que las buenas intenciones fueron desbordadas por la brutalidad. Golpistas de uno y otro lado esperaban un conflicto que llegó y adquirió proporciones dantescas. El presidente Manuel Azaña, de cuya muerte se cumplen ochenta años, escribió en 1937 que "el drama español (es) mucho más duradero y profundo que la atroz peripecia de la guerra" (La velada en Benicarló).

Las represalias de los vencedores y los asesinatos previamente cometidos durante el desgobierno republicano fueron cuantiosos. Pasó el tiempo de lo uno y de lo otro, pero parece que nos hubiéramos dejado algo sin hacer. Mucho he sabido, pero también mucho he sentido en mi propia familia, diez de cuyos miembros estaban entre las 39 víctimas asesinadas en Casares y en los municipios que se extendían hacia la costa entre Marbella y Estepona, formando parte del largo centenar de propietarios e industriales masacrados en el verano de 1936 por paisanos armados.

Y ocurre que, de un tiempo a esta parte, el Gobierno expende diplomas para los que llama "víctimas del franquismo", un frontispicio conceptual que está por definir. Algunos de los autores de la masacre de Casares fueron juzgados y fusilados, así que seguramente habrán recibido su diploma, no por los horribles crímenes que cometieron, sino por haber sido condenados por ellos. Es el caso de una sanroqueña fusilada, tras consejo de guerra, el 12 de abril de 1937. Ha sido diplomada hace pocos días "por haber padecido persecución y violencia (…) por razones políticas o de creencias". La mujer, que estuvo al servicio de los Castilla del Pino, advirtió a unos milicianos venidos de Málaga, el 27 de julio de 1936, de que varias personas estaban escondidas en casa de aquellos, en el número 18 de la calle Colón. Como golpeaban la puerta sin obtener respuesta, la mujer les ofreció una pequeña azada. Con ella la descerrajaron y obligaron a salir a los Castilla del Pino matándolos a tiros en la esquina de Coronel Moscoso con Vallecillo Luján. Cabe desear que, diplomados y no diplomados, asesinados y asesinos, hayan ya despejado sus cuitas en la Casa del Padre.

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