Otro año sin Feria Real

El albero no será pisado, los tendidos seguirán vacíos, no habrá encuentros de sudor y manzanilla, ni bailes, ni cruces

Desde niño, la Feria ha sido una medida del tiempo. A primeros de junio se despertaba en casa un atareado trajín con olor a poleo de cercanos cerros amarillentos de sol. Se dejaban atrás meses de inacabables lluvias, los jaramagos de las tejas se agostaban y se preparaban cubos de cal para cubrir con manos de blanco los blandos muros de verdín y desconchones. Se apartaban las aspidistras de los patios y las paredes chorreaban de los cepillos atados con cañas. Se guardaban impermeables, gorras, pellizas, pasamontañas y, con suerte, las madres acudían a Macías o a Mérida y compraban ropa de verano para estrenar en los largos atardeceres de farolillos.

Primero colocaban inclinados los palos y en los recreos nos acercábamos desde el instituto al llano de la Feria entonces apartado, lejano, rodeado de colinas yermas coronadas por el solitario eucalipto de la casita de las Palomas y el nuevo coso, con el mismo nombre. Después levantaban las vallas de mampostería de las casetas, grandes y cuadradas, con pistas de cemento en el centro y un perímetro de cañizo protector del relente. Tras enderezar los postes se instalaba el alumbrado: grandes bombillas de cristal que dibujaban lineales perspectivas en noches de algodón dulce y orquestas de raso y lentejuelas.

Cuando crecían las sombras y caía la tarde, se subía a una Feria con suelos de zahorra y cielos de ruido, a una Feria de fotógrafos con caballos de cartón y crines sin apresto, a una Feria de cunas gigantes, de látigos macarenos y coches de choque con eléctricos banderines, a una Feria con casetas de altas fachadas y bajos chamizos, a una Feria de miradas de reojo a teatros chinos de sonoros reclamos.

Esas ferias pasaron, y las posteriores. Llegó la de día y luces led: se cubrieron las casetas y se climatizó el recinto; tamboriles y cañas resonaban bajo disparejas jacarandas y acudíamos a pleno sol a cumplir con el rito inicial de cada verano. Este año regresa tozudamente el calendario aunque no haya cal para blanquear los muros, aunque no haya postes, ni zahorra, ni luces led ni tamboriles bajo las jacarandas, solo una versión de parque temático como lenitivo. No veremos el resplandor de luz amarillenta en un cielo bajo, de algodón nocturno inmóvil, por detrás de la ruinosa espadaña del asilo. No oiremos lejana la mezcla de sirenas, compases pegadizos y sonoros reclamos las noches de poniente. El albero no será pisado, los tendidos seguirán vacíos, no habrá encuentros de sudor y manzanilla, ni bailes, ni cruces, ni roces de volantes, ni primera, ni segunda, ni tercera, ni cuarta; no habrá labios de sal, ni guiños en las manos. Otro año más sin Feria Real, tangible; aunque el tiempo se empeñe en mostrar la hierba seca, los cerros amarillos y los largos crepúsculos de junio tras la espadaña ruinosa del asilo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios