El ángel exterminador

Somos como un conejo deslumbrado por los faros de un camión sin frenos que se abalanza sobre nosotros

Se nos acaba de imponer un estado de alarma que apenas va a tener control parlamentario a lo largo de seis meses -una medida que suena peligrosamente dictatorial-, pero nadie parece haberse dado cuenta ni preocuparse en exceso. Aparte de algunas quejas, muy débiles, todo lo demás es un clamoroso silencio. En cierta forma es comprensible -todos estamos demasiado preocupados por la ruina económica, la extensión de la pandemia o el nuevo confinamiento en las ciudades-, pero la atonía y la indiferencia que parecen reinar en nuestra sociedad no auguran nada bueno. Somos como un conejo deslumbrado por los faros de un camión sin frenos que se abalanza a gran velocidad sobre nosotros. Y a pesar de que oímos el ruido del camión y vemos que cada vez está más cerca, no somos capaces de dar un brinco ni de reaccionar como sea. Por no saber, ni siquiera somos capaces de gritar de miedo. Vivimos en un inalterable estado de estupor -mental y moral- que ni siquiera sabemos que se ha apoderado de nosotros. En cierta forma nos ha ocurrido lo mismo que a los burgueses de aquella película de Buñuel, El ángel exterminador, que una noche, al volver de la ópera, se iban a cenar a la mansión de un amigo y después, al terminar la cena, no lograban salir del comedor. Nadie sabía por qué, nadie tenía un motivo que lo justificase, pero ninguna de aquellas personas era capaz de moverse de allí dentro. Y poco a poco las condiciones de vida se iban degradando: la suciedad se acumulaba por los rincones, la tensión entre la gente hacinada hacía saltar chispas y la convivencia se hacía añicos. Pero aun así, nadie se atrevía a intentar salir de aquel salón lleno ya de basura y tensión y nervios. Esa película es de 1962 y se rodó en México, pero parece hecha para la situación que estamos viviendo casi 60 años más tarde.

Se mire como se mire, lo que estamos viviendo es inexplicable. El presidente del Gobierno desapareció del Parlamento cuando tenía que discutir la declaración del estado de alarma, y las comunidades autónomas hacen frente a la pandemia en medio de un caos de medidas contradictorias. Pero nosotros seguimos sin rechistar, atrapados por ese inexplicable estupor mental que nos mantiene inmovilizados y silenciosos -y atónitos, y ansiosos, e idiotizados-, esperando que el camión sin frenos nos haga pedazos en mitad de una carretera.

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