Hace unos años, me dijo un amigo: "El amor es estar en la cama con mi mujer y sentir que mis pies tocan los suyos". Aquello me hizo reflexionar sobre esta emoción tan grandiosa, capaz de desarmarte y armarte al mismo tiempo. Con el poder de salvarte cuando, verdaderamente, te sientes perdido.

Desde la definición de mi buen amigo, hice un trabajo de introspección para construir mi propia teoría y, después de mucho tiempo, la he encontrado.

Para mí, el amor es algo más que dibujar corazones y decir te quiero.

El amor es el buenos días de tu vecino o la caricia que le hace a tu perro, deseándole un buen paseo.

El amor es la mano levantada, en forma de agradecimiento, de la persona a la que has dejado cruzar la calle en una zona sin paso de peatones.

El amor es encontrar aparcamiento en "la misma puerta".

El amor es un abrazo de tu madre cuando estás devastado y piensas que la vida no te sonríe.

El amor es un beso en la frente de tu pareja, después de un día duro de trabajo.

El amor es echar unas risas con tus amigas y olvidarte del mundo.

El amor es no encontrar cola en la caja del supermercado.

El amor es que un bebé te eche los brazos.

Hallé mil ejemplos del amor en los pequeños detalles, pero ahora quiero profundizar e ir más allá. Me voy a centrar en el incondicional, en ese que das sin recibir nada a cambio. En el que te sientes plena con recordar su mirada. Me voy a centrar en ella, el amor de mi vida.

La primera vez que la vi no entendí la magnitud que cobraría ese sentimiento. De hecho, al principio solo le veía defectos. En el fondo, no quería estrechar lazos porque necesitaba volar, ir de flor en flor para tener libertad de elección. Para elegir volver en caso de que así lo sintiese.

Y eso hice, viajé a los lugares más recónditos de la Tierra, me fundí en brazos desconocidos, besé labios maravillosos una y otra vez y, aun así, no lo conseguí. No conseguí sacármela de la cabeza.

Más que buscar el amor, me esforcé demasiado en no reconocer que me había enamorado mucho tiempo atrás. Que mi corazón ya estaba ocupado. Y esa sensación me acompañaba allá adónde estuviese, sin importar la distancia. Convirtiéndose en parte de mí, en parte de mi alma.

Así que volví a buscarla, a pedirle disculpas por las lunas que no habíamos compartido y a ofrecerle mi eternidad. Me embobé en su belleza, en sus curvas y en su historia.

Luego, paseé por su Calle Real, por el Puerto La Alcaidesa y me adentré en el verde del Parque Reina Sofía. Y, como su cariño hacia mí era infinito, me perdonó.

Y justo ahí, entendí el significado de la palabra amor. Cuando regresé a mi Línea de la Concepción y abracé de nuevo su aire, besé, sin condiciones, su esencia.

Pero, sobre todo, cuando sentí que mi yo más profundo volvía a casa, para no marcharse jamás.

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