Alto y claro
José Antonio Carrizosa
¿Conspiración?
La Rayuela
El presidente de Estados Unidos –posiblemente– más popular en el mundo entero se llamaba Jed Bartlet, aquel personaje ficticio interpretado por Martin Sheen en El ala oeste de la Casa Blanca. La serie ha cumplido un cuarto de siglo, pero envejece muy bien y sigue siendo una referencia televisiva y política que inspira otros productos audiovisuales. Grandes dirigentes de carne y hueso, como Obama, Merkel o Macron, querrían, seguro, que los documentales sobre su vida y obra les dejaran en tan buen lugar como alcanzó el mítico inquilino del decorado despacho oval.
Esta semana hemos tenido en España el estreno de la serie Moncloa: cuatro estaciones, que está localizada en la verdadera sede presidencial y tiene a Pedro Sánchez como protagonista principal, acompañado en el reparto por otros personajes variados: su esposa, Begoña Gómez, empleados de la casa, asesores y hasta los miembros del Consejo de Ministros. Es un documental, pero se le ha criticado por ciertos aderezos de ficción y sobreactuación, que relatan, por ejemplo, periodistas encargados a diario de la actualidad de Moncloa. Las cámaras siguieron durante meses al presidente y grabaron escenas cotidianas, aunque es difícil imaginar que las conversaciones fueran espontáneas con el objetivo y los micros alrededor.
Como en la obra de Aaron Sorkin, los cuatro capítulos dedicados a la vida en Moncloa y sus inquilinos tratan de desgranar las entrañas del día a día del Gobierno del país, sus rutinas, las preocupaciones y la desenvoltura de un presidente cuya talla se proyecta sobre quienes se mueven alrededor. Hay un momento en el que el entonces ministro Miquel Iceta bromea con Sánchez y la vicepresidenta Yolanda Díaz sobre la necesidad de añadir a la buena imagen del presidente algo de sufrimiento, porque les recuerda que a la gente le gusta esa épica. Y puede que el catalán acertara sobre la gran diferencia entre la serie de Moncloa y aquella del ala oeste, que era de ficción pero destilaba mucha más veracidad. Lo que hacía del presidente Bartlet un hombre magnífico y de sus asesores unos tipos listos y humanos eran sus propias debilidades, errores y conflictos morales. Es como si en el documental español hubiéramos podido ver desde dentro la crisis del fiscal general del Estado, una avalancha migratoria, las exigencias de los independentistas, la toma de decisiones que afectan a los presos terroristas o las peleíllas con Ayuso. Esto sería demasiada dosis de cruda realidad, que casa mal con el marketing.
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