Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Nada ajeno

Igual hay que dejar claro que no habrá un desarrollo real mientras los patriotas sigan dictando qué nos resulta ajeno

Si hubo una lectura que me resultó provechosa en mis años universitarios fue Contra las patrias, de Fernando Savater, que acaba de recuperar la editorial Ariel en su colección dedicada al filósofo con un preclaro sentido de la oportunidad. Tal y como están las cosas recomendaría su lectura sin dudarlo en edades más tempranas, en los fértiles hallazgos del Bachillerato. Yo llegué tarde a una oportunidad más fundacional del libro en mi propia trayectoria, pero conservo intacto su regusto panfletario y subversivo y sobre todo el sentido del humor que destila, la convicción de que la sonrisa en los labios imprime más autoridad a la hora de denunciar los despropósitos de quienes van por ahí sacando a relucir su ignorancia. Bajo aquella guía me arrimé posteriormente a Séneca y grabé en mi escudo su enseñanza estoica como carta de presentación: "Lo importante no es la casa, sino el huésped. No he nacido para un solo rincón. Mi patria es el mundo entero". De su mano sucedieron las lecturas de Marco Aurelio y de Erasmo; el estoicismo se hizo humanismo y con él quedó afirmada la convicción de que nada humano nos puede ser ajeno. De que las fronteras, las banderas, las insignias y la consideración de extranjería son órdenes de la explotación: detrás de toda identidad colectiva hay alguien que se lo lleva calentito.

Dos décadas después de aquella revelación que significó Contra las patrias, la convicción únicamente puede ser la misma pero con una determinación mayor. En un mundo deshumanizado, donde se ha descartado cualquier horizonte distinto del financiero y en el que cualquier expresión del conocimiento ha sido concienzuda y públicamente denostada, sancionada, ridiculizada e imputada, las patrias gozan de un éxito con el que ni soñaban los apóstoles de los nacionalismos que surgieron en Europa en el siglo XIX como reacción contra la Ilustración. Sus herederos son hoy capaces de incurrir en las actitudes y argumentos más vergonzosos sabedores de que el aireamiento de las enseñas nacionales los sacará de todos los aprietos. El ideal de fraternidad que alumbró el cristianismo y que quiso rescatar una Revolución Francesa que acabó traicionándose a sí misma se ha cubierto de las sospechas suficientes como para que el negocio del patriotismo siga siendo rentable. Y ningún agente político, ni a izquierda ni a derecha, renuncia a su porción de la tarta. Pues claro. Qué esperábamos.

Igual hay que dejar claro que no habrá un desarrollo real mientras los patriotas sigan dictando qué nos resulta ajeno. Pero a ver quién cambia instrucción por educación.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios