Una de las cuestiones que más suele preocupar a los partidos políticos en tiempo electoral es el grado de participación de la gente. Con independencia de los programas de cada uno, el único punto de coincidencia en las campañas de todos los grupos es el de hacer ver a la gente que es esencial para la democracia (o más bien para ellos) que todos acudan a depositar su voto en las urnas. En general suelen ver la abstención como un problema que, en función de si hay mucha o poca, perjudicará los resultados de una u otra formación política y ninguno dejará de considerar a quienes se abstienen de participar en las elecciones como ciudadanos poco ejemplares, pasotas, indolentes, ignorantes o -en el mejor de los casos- escépticos. Nunca oirán decir a los "profesionales" de la política que la abstención es una opción indisolublemente unida al derecho democrático de votar. Antes al contrario, tienden a revertir sibilinamente este derecho en deber para intentar minimizar los supuestos efectos indeseables de no refrendar con el voto a ninguno de los contendientes. Sin embargo, por mucho que se demonice la abstención como legitima opción política, no se dejan de aportar argumentos para favorecerla. En las modernas campañas electorales las "técnicas de venta" de partidos y candidatos son tan agresivas como las de compañías de telefonía: Prometen el oro y el moro, aseguran que atenderán hasta la menor de nuestras necesidades e incluso tienen el cuajo de proclamar que, como si fuese un sacerdocio, consagrarán su vida en cuerpo y alma a aquellos que les voten. Ahora bien, una vez se cierran las urnas, las cañas (en este caso papeletas) se vuelven lanzas y los votantes son tan menospreciados como los incautos que después de optar por un operador telefónico descubren que les han estafado. Precisamente por existir esa profunda divergencia entre los intereses de los políticos y los de sus votantes es por lo que aquellos le tienen pánico a la abstención ya que cuando esta es muy alta les deja en evidencia al deslegitimarlos a ellos y al sistema y es por eso porque fomentan la "mala fama" de la abstención amparados en el hecho (gracias a que sus razones últimas se escapan a la tabulación estadística) de la imposibilidad de distinguir entre una abstención políticamente activa y aquella otra que tiene su origen en la apatía y la pereza de los hipotéticos votantes. El tan brillante como olvidado politólogo Antonio García Trevijano afirmaba que la abstención es consustancial al derecho al voto, forma parte indisoluble del propio derecho a votar y en consecuencia es tan necesaria para la democracia como la papeleta que se deposita en la urna.

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