Zenobia

La hermosa historia de devoción entre JRJ y su mujer no puede ser juzgada con argumentos de telenovela

Entre las mujeres más avanzadas de la Edad de Plata, a las que con toda razón llamamos pioneras, Zenobia Camprubí destacó por su temprana conciencia de autonomía personal, por su formación bilingüe y cosmopolita -en la que fueron decisivos los años en Norteamérica, durante la primera década del siglo- y por las numerosas iniciativas que emprendió desde muy joven, antes y después de su matrimonio con Juan Ramón Jiménez, tanto en la España de los años veinte y treinta como ya en el exilio donde murieron ambos. Pocos perfiles hay tan interesantes en una generación en la que brillaron otras escritoras, artistas, políticas o intelectuales cuyos nombres han sido felizmente recuperados en los últimos años, pero por desgracia la figura de Camprubí, aunque cada vez mejor conocida, sigue siendo objeto de lamentables estereotipos que no le hacen justicia a ella ni se la hacen a su marido. Cada vez que se habla de Zenobia, por ejemplo ahora que la máxima especialista en su trayectoria, Emilia Cortés Ibáñez, responsable de la recopilación de varios volúmenes de su epistolario, de su diario de juventud, de sus traducciones o de los escritos de distintos registros de los que ha quedado constancia, ha publicado una biografía, La llama viva, donde recoge y ordena los datos que ha reunido en el curso de sus investigaciones, tenemos que leer o escuchar la misma truculenta falacia de la esposa sacrificada en el altar de Juan Ramón, al que a menudo se presenta con los consabidos rasgos caricaturescos que divulgaron sus antiguos discípulos y repitieron otros, muchos de ellos escritores que ni por la calidad de su obra ni por su estatura moral admiten la comparación -desventajosa para cualquiera- con el gran poeta de Moguer. El caso, sin embargo, por más que se empeñen en desfigurarlo, es muy sencillo, y no existe fuente más autorizada para explicarlo que la propia Zenobia, que dejó meridianamente claro que abandonó sus "veleidades literarias" cuando comprendió que ayudando a Juan Ramón podía rendir un mejor servicio a la literatura. Ahora que todo el mundo, incluso los que no dominan ni los mínimos rudimentos de la escritura, está tan seguro de su genio, dicha constatación puede resultar chocante, pero lo que demuestra es generosidad, lucidez y buen juicio. La larga, difícil y hermosa historia de mutua devoción -"monumento de amor"- que unió a estos dos seres excepcionales, no puede ser juzgada con argumentos de telenovela. Del hecho indudable de que las mujeres de otros tiempos tuvieran limitada la libertad no debemos deducir que todas fueran esclavas. No existe, por fortuna, una única manera de ser libre.

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