El ultranacionalismo patrio quiere que le quieran, que le inviten, que le respeten. Incluso desean mandar o al menos que se note su influencia. A Abascal se le ha olvidado su máxima tras sacar 400.000 votos en las elecciones andaluzas de diciembre: ni cargos ni cargas. Entonces no quería responsabilidad alguna, consciente del escaso número y preparación de sus cuadros. Eso sí, durante esta larga campaña de seis meses, han estado faltando el respeto a todo bicho viviente. Una actitud que chirría con su pretensión de entrar en sociedad, como han hecho en algún momento sus equivalentes en una docena de países europeos.

Vox sigue instalado en el insulto y la bronca. El jueves por la noche, en el Canal 24 horas de TVE, hubo un debate con congresistas de todos los partidos en el que su diputada cunera por Granada Macarena Olona dio una lección de mal estilo, interrumpiendo y faltando el respeto a los presentes, moderador incluido. Su excelente currículo académico y profesional como abogada del Estado amortizados por la pendencia y la fanfarronería. También Podemos empezó así, con la cal viva como estilo. Y hace cuatro años Iglesias no pedía respetabilidad: sólo la vicepresidencia, el CNI, la policía, el Ejército, la televisión pública y los medios de comunicación. Poder.

Ahora, como reclamo de atención en toda España, Vox ha presentado una enmienda a la totalidad de los presupuestos de Andalucía. Parece un farol. Quieren que Ciudadanos les trate con respeto, que se sienten con ellos y atiendan sus peticiones en partidas como memoria histórica o violencia de género. El Gobierno minoritario anterior se sentaba con Cs. (Se nos olvida que en Andalucía en la anterior legislatura había un gobierno del PSOE con los mismos diputados que el actual de PP y Cs, 47, apoyado entonces desde fuera por 9 de Ciudadanos y ahora por 12 de Vox). Eso sí, las maneras no son las mismas.

En este punto, todos quieren redimirse. Ciudadanos le pone objeciones a la extrema derecha y al ultranacionalismo catalán o vasco. Pero no tiene más remedio que pactar con Vox en muchas instituciones y depende de ese grupo para aprobar sus iniciativas en el Parlamento andaluz. La última jugada de Vox para buscar respetabilidad es su intento de entrar en el Grupo de Conservadores y Reformistas del Parlamento Europeo. Pretenden evitar a Le Pen, Salvini, Farage, Alternativa para Alemania o el FPÖ austríaco. Prefieren la compañía de los conservadores británicos, con los que ya estuvieron los primeros eurodiputados de AP cuando España entró en 1986. Sólo tienen un inconveniente: ahí se encuadra también el NVA, el partido nacionalista flamenco de los amigos de Puigdemont. Vox busca ahora reeditar Alianza Popular. Si quieren entrar en sociedad, pueden empezar por respetar a quienes piensan distinto.

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