¿Votar a la izquierda?

Esta izquierda posmoderna, obsesionada por las identidades grupales, en el fondo desprecia a la clase obrera

Hay muchos motivos para votar a la izquierda, incluso a esta izquierda. Porque a tu abuelo lo fusilaron los franquistas durante la guerra civil, por ejemplo. O porque odias todo lo que huela a machismo y a heteropatriarcado. O porque has estudiado dos carreras y has hecho tres máster y aun así tienes que ganarte la vida en un call center o llevando pizzas a domicilio. O porque no puedes pagar un alquiler medianito en una ciudad medianita aunque trabajes diez horas al día. O porque creciste en una barriada donde el desempleo y la droga eran las únicas realidades que todo el mundo daba por hechas. O porque estás hasta las narices de todo. O porque te gusta considerarte bueno y solidario. O porque crees en el medio ambiente o en la distribución equitativa de los beneficios. O porque simplemente te da la gana, claro que sí. Todo esto es indiscutible.

Ahora bien, hay otro hecho que también es indiscutible: nunca jamás vas a encontrarte con una izquierda más despegada de la realidad como la que ahora ocupa el poder. Esta izquierda posmoderna, obsesionada por las identidades grupales, es una izquierda puramente intelectual que en el fondo desprecia a la clase obrera. A esta izquierda sólo le interesa el relato -es decir, la propaganda- porque no concibe la vida sin la superioridad moral del que siempre quiere considerarse bueno y virtuoso. Y en realidad todo se termina ahí: en gestos, en propaganda, en relatos. Esta es la izquierda que representan esas actrices que se proclaman muy ecologistas mientras exhiben en Instagram sus lujosas vacaciones en un yate privado.

Y esto es así desde que Zapatero impulsó en la primera década de este milenio la Iglesia de la Zapaterología que sustituía la racionalidad por la emocionalidad instintiva y que introducía la peligrosa dialéctica de las identidades grupales (que siempre acaban siendo tribales y por tanto agresivas: véase el caso de Cataluña y el País Vasco). Y Pedro Sánchez no ha hecho más que acentuar esa deriva, impulsada además por una visión del poder puramente autoritaria. Comprendo que haya gente que admire a Pedro Sánchez o que lo tenga por un referente moral. Pero, Dios Santo, qué mal les ha tenido que ir la vida o qué humillaciones han tenido que sufrir para que todavía no se les haya caído la venda de los ojos. Y lo digo con pena, que conste.

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