Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

'Volare, uó-ó'

Las aerolíneas de bajo coste y las agencias 'on line' pastorean un turismo que nada tiene de viajero

El poder de las empresas debe provenir de su función social como creadoras de empleo, servicios para los consumidores y clientes y riqueza para el territorio donde operan, incluidos los impuestos que pagan al Estado. La búsqueda de su mayor beneficio es compatible con dicho papel, además de ser el motor natural de su actividad, más allá de declaraciones publicitarias y de imagen corporativa. El límite de tal poder es uno de los asuntos clave de las economías: es indeseable que sea excesivo, y a establecer reglas del juego que no permitan abusos se dedican leyes y organismos de control de la competencia. Sucede que, por ejemplo, de las sanciones que imponen a empresas por mal uso de su dimensión e influencia, pocas se cobran (sólo 3% de las multas de la Comisión Nacional del Mercado y la Competencia se acaban cobrando en España, un dato que dice poco del organismo y, a la postre, de la calidad institucional de nuestro país).

Esta semana hemos sabido que Ryanair, la madre -o al menos, el símbolo- de todos los turismos democráticos y masivos, va a seguir eliminando bases para sus vuelos desde y hacia España, amortizando en esta tacada unos quinientos puestos de trabajo. Que una empresa reduzca su dimensión por causas de mercado es normal: quien crea que una empresa debe ser benéfica, solidaria y caritativa no se ha enterado de nada, y además está, en el fondo, promoviendo para ellas un papel que debe corresponder al poder público y político.

El problema con los recortes de Ryanair -un mero ejemplo, pero significativo- es que antes de establecerse en aeropuertos secundarios o en esencia turísticos, como los que ahora abandona en Gerona, Las Palmas, Tenerife y Lanzarote, había conseguido prebendas tanto por parte de la autoridad aeroportuaria como de los gobiernos municipales y autonómicos que decidieron entregarse a la dieta del maná del turista barato, la antítesis del viajero. Un turista que no se plantea un destino y después busca cómo llegar a él y hospedarse y divertirse allí, sino que lo hace al contrario: primero veo dónde vuela por cuatro chavos una compañía low cost, y después me lo monto yo de mi propio turoperador y agencia de viajes desde mi casa con la ayuda de Bookings o Airbnb. Un rasgo que a la postre refleja un consumismo del ir y venir sin de verdad estar ni ver más que fachada y cartón piedra que, ya vemos, hace que las compañías del ramo pastoreen con criterio logístico las caravanas de buscadores del "yo estuve allí" y el compulsivo afán de compartir con fotos una vivencia prêt-à-porter.

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