Cuarto de Muestras

Vivir así

El éxito vuelve frágil a quien lo disfruta, por eso da tanto miedo

Con tus canciones soy capaz de contar mi vida. Siempre me traiciona la razón y me domina el corazón, como a ti, Camilo. Yo también he cantado el ya no puedo más a grito limpio en el coche, sobre todo, cuando llega el no sé luchar contra el amor y el es por eso que mi alma llora. Y ya no puedo más, y ya no puedo más. Menudo desfogue. Tus canciones tienen algo de mí y de todos. Yo también he tenido unos años sin valor y, como tú dices, te vas, pero te quedas. En mi alma y en mi casa hay un sitio para ti. Perdóname, Camilo, si pido más de lo que puedo dar, si he huido cuando me necesitabas más. Perdóname, Camilo por no comprender tu decadencia física ni tu extraña coraza, ni tu peluca, ni tu expresión inerte hasta perder el color de tus ojos. El tiempo te despojó del poder de tu belleza, del cetro de portadas y escenarios mientras nosotros nos reíamos de tu mola mazo. La muerte te ha dejado al fin sin piel y sin rostro y ha vuelto eternas tus canciones.

El éxito vuelve frágil a quien lo disfruta, por eso da tanto miedo. El fracaso seguro que es peor, pensarán muchos, en la certeza de que sólo la literatura convierte en héroe a un fracasado. La propia vida y sus abismos es la que da miedo, porque al sufrimiento se puede llegar por cualquier camino sin necesidad de ser célebre. Por eso algunas muertes producen desazón. Pensamos en el cúmulo de despropósitos que a veces llevan a una persona a perderse. Sobre todo, nos causa angustia pensar que por ahí podíamos haber cogido nosotros. Cualquiera.

Algunas muertes provocan culpa y remordimiento. El deporte y el arte que tanta veneración despiertan, generan mucho juguete roto, mucho olvido, bien porque se supera la hazaña enseguida bien porque simplemente pasa el tiempo y las fotos se acartonan. El éxito deportivo es cruel porque caduca con la misma celeridad que se produce, envejece mal y pocos son capaces de pasar de la disciplina más férrea a la vida normal y a la desmemoria de los fanáticos. De la gloria del pódium a ser irreconocible. En nuestra ceguera no somos capaces de ver en un cuerpo gordo y flácido o en una persona cansada e infeliz a una vieja gloria. Si encima está arruinada porque la mayoría pule cuánto gana con la misma velocidad que lo ganó, el olvido tiene una carga de desprecio, un reproche sin palabras. Nos deberían de enseñar a todos que las coronas de laurel se secan sí, pero aún secas, hubo que ganarlas

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