Que soy un hombre identificado con la Transición está escrito hasta en mis fechas señaladas. Mi cumpleaños es el 1 de Abril, fecha de la victoria de los nacionales en la guerra civil y en mi onomástica se celebra, precisamente hoy, en la fiesta de la Constitución. Pensaba en ello, sentado con mis compañeros del CEPER Al-Yazirat, en el Oratorio de San Felipe Neri, de tantos recuerdos personales para mí. Allí fui monaguillo, recibí mi primera comunión y si dicen que un hombre es siempre tributario de una ética y una estética, la ética me la enseñaron mis padres y los Marianistas en el colegio colindante y la estética quedó para siempre en mis pupilas con la brillante luz de la Inmaculada pintada por Murillo, que preside el altar mayor.

Todavía hoy, después de tantos años, me indigna que nadie me hablara de la Constitución de 1812, que se gestó dentro de esos muros. En mi adolescencia, leí "El Cádiz de las Cortes", del escritor gaditano Ramón Solís que me enamoró del tema. Hay que ser muy romántico para que, sitiados los diputados en una pequeña ciudad bombardeada constantemente y con todo tipo de carencias, ponerse a hacer una Constitución que reglara el funcionamiento de las Españas en el futuro. Allí se dijo por primera vez que la soberanía de la nación, residía en el pueblo. Una figura constituyente capital, fue Diego Muñoz-Torrero, sacerdote, catedrático de filosofía, rector de la Universidad de Salamanca y diputado por Badajoz. El fue ponente del texto constitucional, junto a Argüelles y Pérez de Castro. Gracias a él, un cura liberal, se abolió la Inquisición, fijándose además la separación de poderes, la libertad de imprenta y la inviolabilidad de los diputados. Como anécdota, la bandera de las Cortes, de tafetán con dos fajas rojas y una amarilla intermedia, todas de igual anchura, fue regalo de Muñoz-Torrero, bandera que más tarde fue utilizada por la Milicia Nacional a partir de 1820. El gobierno le nombró Obispo de Guadix, pero allí un canónigo absolutista lo denunció, sufriendo prisión y muriendo en el exilio. Después de tanto esfuerzo, La Pepa estuvo en vigor sólo dos años. Cuando volvió de Francia, Fernando VII, se la cargó. Con el pronunciamiento de Riego, duró unos cuantos años más, para luego pasar al olvido. ¡Cuántos murieron por dar un Viva a la Constitución!. Es día de recordarlos. La Pepa, aspiraba a que los españoles fueran libres, justos y benéficos, sin discriminación, ni asimetría territorial alguna. Por eso, quedó para siempre en nuestro corazón.

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