Mientras camino por el paisaje de calles desiertas que ha generado el estado de alarma impuesto a raíz de la pandemia del COVID-19, me vienen a la cabeza las imágenes del mundo postapocalíptico del que Charlton Heston era el único habitante (al menos de día) en la película "El último hombre solo", film del que existe una versión moderna -más conocida- titulada "Soy leyenda" protagonizada por Will Smith. Una guerra bacteriológica ha provocado una pandemia que acaba con la mayoría de la población y a los que sobreviven los convierte en vampiros y contra ellos lucharán Heston y Smith (hay que decir que con diversa fortuna: en 1971 el héroe podía morir, en 2007 ya era políticamente incorrecto que ganaran los malos). Sin que, por ahora, sintamos la amenaza de las mefíticas criaturas de la noche, lo cierto es que las actuales medidas de excepción nos sirven para apreciar la delgada línea que separa una existencia despreocupada y razonablemente feliz de otra en que la única tarea pueda ser llegar con vida al día siguiente. Tan solo con que la cepa del coronavirus que ha roto la barrera de la especie logrando dar el salto de aves, cerdos o murciélagos a huéspedes humanos, fuese un poco más agresiva, la devastadora rapidez con que se contagia en esta época de ciudades superpobladas y continuos viajes aéreos intercontinentales, propiciaría que una gran parte de la población mundial estuviese muerta antes de que pudieran implementarse cualquier medida de inmunización o siquiera ordenes de cuarentena eficaces. Los supervivientes serían testigos de la desaparición del orden establecido, del colapso de los servicios de agua, electricidad, telefonía e internet y de cómo las ciudades, llenas de cadáveres en descomposición, dejaban de ser lugares seguros para vivir. En un primer momento, los grupos de supervivientes podrían vivir (tal como hace Heston en la película) del saqueo de tiendas y supermercados, pero llegaría el día en que se agotasen el agua embotellada y los alimentos enlatados y entonces bandas errantes acapararan lo poco que quede atacando sin piedad a quienes estén menos organizados o armados que ellos (lucha que el cine ha retratado con gran crudeza en "La carretera" o "Mad Max"). A pesar de nuestra sofisticada civilización, a nivel individual somos asombrosamente ignorantes hasta de los aspectos más básicos de la producción de alimentos, ropa o medicinas. Nuestras habilidades de supervivencia se han atrofiado hasta el punto de que pereceríamos si la comida dejase de aparecer en los estantes de las tiendas o el agua de manar cuando abriésemos la llave del grifo. Quizás este puñetero virus nos sirva para darnos cuenta de lo frágil de la existencia y, a la vez, de la profunda intrascendencia de las cosas que antes creíamos importantes.

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