La otra tarde fui de compras a una gran superficie. Tenía ya aparcado el coche y cuando me disponía a salir, escuché un fuerte estruendo metálico. Me imaginé que se había producido un accidente automovilístico. Cuando rebasé un obstáculo que me impedía la visión directa, comprobé que efectivamente, dos coches habían chocado de frente a poca velocidad, probablemente por querer aparcar en el mismo sitio. Así me encontré con una escena insólita. Uno de los implicados se apartó bruscamente de la discusión entre los conductores. Era un joven que en un ataque de cólera, se dedicó a propinar patadas a una de las puertas de su propio coche. Los curiosos quedaron atónitos, mientras el nota le producía al vehículo, ¡más daños que los atribuibles al choque!. De todo el numerito, se me quedó grabada la cara de la persona adulta que le acompañaba, tenía la edad de ser su padre, que iba pasando de la incredulidad a un estupor que le impedía pronunciar palabra alguna. A menos que dispusieran de un seguro a todo riesgo, el arreglito de chapa y pintura les iba a salir por un pico. Caminando con el carrito, hacia la puerta del supermercado, no pude menos que hacer el ejercicio mental de ponerme en los zapatos del padre del energúmeno y pensar su tremenda frustración al contemplar los resultados de la esmerada educación que le dio, desde niño. No hace falta ser psicólogo para saber que posiblemente este episodio de violencia gratuita, no es el primero desde la inofensiva rabieta de su infancia. No voy a escandalizarme por este suceso doméstico, porque procedo de un tiempo en que la gente se pegaba en las colas de los autobuses y las vecinas se moñeaban de vez en cuando por cualquier fútil disputa. Había una cierta explicación en que veníamos de una guerra civil, donde se desató la violencia y sufríamos sus coletazos. Lo de ahora, tengo para mí que proviene de padres que intentan ser los mejores amigos de sus hijos. No saben los muy ignorantes que al robarles la figura paterna, los están dejando huérfanos. Al final, va a resultar profético Kubrik, en su film La naranja mecánica.

P.S. De la figura del tristemente desaparecido Cura Llanes, quedó todo bien dicho en la homilía de Monseñor Zornoza, durante su funeral y en las sentidas palabras que pronunció su discípulo Isaac. Echaré de menos su complicidad y la llamada, cada día de mi santo, para decirme que me había encomendado en la santa misa. Pasó por esta vida, haciéndonos mejores. Inolvidable Chano.

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