El lanzador de cuchillos

Villancicos de gloria

Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos destrocemos unos a otros en tiempo de paz

El niño que ha nacido en Belén es el del Cuerno de África, el de las favelas de Río, el de las comunas de Medellín. El perseguido, el olvidado, el último de la fila. Muchos católicos autoproclamados, de los que apelan constantemente a las tradiciones cristianas y toman el nombre de Dios en vano, le volverían a negar la posada. Propensos a los golpes de pecho, el día que Jesús la emprendió a latigazos en el templo, se habrían puesto de parte de los mercaderes.

Para los niños inquietos, que serán mañana personas de bien, la representante de Dios en la tierra es Gloria Fuertes, que ve a Jesús en los suburbios y en la angustia de un hombre que compra alpargatas. Que no le importa si el mar es infinito o la rosa se abre, mientras haya en su barrio una mesa sin patas, un niño sin zapatos o un contable tosiendo. La Mama Gloria, que vive en los ojos y las almas de sus lectores, no se para en la flor, sino en los mendigos que se afeitan sin jabón en el espejo del río.

Las Navidades de petardos, familias numerosas y frío aterrador que nos mostraba el cine del desarrollismo ya no volverán. Nadie va a echar de menos a Chencho ni la España que representaba, pero yo me resisto a felicitar el solsticio de invierno, con sus pastorcillas woke y sus caganers de la CUP. A mí, en Navidad, lo que me gusta es escuchar a las familias gitanas que se reúnen junto al fuego, entre zambombas y botellas de anís, para cantarle Campanilleros al niño Manuel: "A la puerta de un rico avariento llegó Jesucristo y limosna pió, pero el rico, en vez de la limosna, los perros que había se los achuchó; y Dios pirmitió que los perros murieran de rabia y el rico avariento probese queó. Si supieran la entrada que tuvo el rey de los cielos en Jerusalén, que no quiso coche ni calesa, sino un jumentito que alquilao fue; quiso demostrar que las puertas benditas del cielo tan sólo las abre la santa humildad".

Sé indulgente, niño de Belén, con los errores de nuestra naturaleza. No nos has dado el corazón para aborrecernos ni las manos para degollarnos. Haz que nos ayudemos mutuamente a soportar el fardo de una vida penosa y pasajera; que no persigamos, en tu nombre, a quienes tú consientes; que nuestras acciones no desmientan nuestra moral. Ayúdanos a ser humanos, compasivos, tolerantes. Si los azotes de la guerra son inevitables, no nos destrocemos unos a otros en tiempo de paz. Que empleemos el instante fugaz de nuestra existencia en bendecir en mil lenguas diversas tu bondad.

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