La Navidad está cerca. Es el tiempo de montar un año más, el belén familiar. Cumpliendo el rito de sacar las cajas con el portal de corcho, las figuritas y los adornos, es inevitable pensar en lo rápido que ha pasado el tiempo, desde que hicimos lo mismo el año anterior.

Lo curioso es que a medida que pasan los años, ese tiempo se acelera de tal forma que te parece que fue casi ayer, cuando dilucidabas si te servía el papel del cielo, del año anterior o tendrías que comprar uno nuevo. Servidor es poco imaginativo con el belén, de tal forma que mantengo la disposición escénica del que me montaba mi querido tío Juan que era el mañoso de la familia. Mi toque personal, es un tanto surrealista porque desde niño, he colocado una Vespa de juguete, delante del portal.

Mis hijos siguieron la estela de su progenitor y hoy un arca de Noé surca el río de papel de plata y un pitufo azulón pulula entre pastores. Un sitio especial tienen las dos ovejitas con patas de alambre que colocamos los más viejos y el honor de colocar al Niño, en Nochebuena, corresponde al más joven de la familia. Se acerca pues, una época de luces y alegría, de exaltación de las mejores virtudes de los seres humanos.

Cada vez, entre los adornos urbanos, se ven menos símbolos religiosos, siguiendo los deseos secretos de unos cuantos que en aras de una pretendida laicidad, lo que en verdad querrían es que los cristianos volviéramos a las catacumbas. Olvidan que el nacimiento de Jesús es un acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo.

Cuando Francisco de Asís volvía de Roma, encontró en un pequeño pueblo del italiano valle de Reatino, llamado Greccio, un paisaje que le recordaba la escena del nacimiento de Jesús que había visto en un azulejo de Santa María la Mayor.

Llamó a un campesino llamado Juan para que le preparara una representación, con el Niño naciendo sobre el heno, entre la mula y el buey. Hasta allí, llegó con los campesinos, portando antorchas y flores, iluminando aquella noche santa. Los asistentes, sintieron ante el portal, una alegría indescriptible. En el belén de Greccio, no había figuras: fue realizado y vivido por todos los presentes. El Papa Francisco lo cuenta así en su reciente carta apostólica Admirabile Signum. Entre todos los gastos de estos días, no se me olviden de echar una manita a los de Cáritas que especialmente en estas fiestas, acompañan a los que menos tienen.

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