Crónica personal

Pilar Cernuda

Viaje a ninguna parte

LAS imágenes son estremecedoras, y aunque no conocemos los testimonios de esas madres y padres obligados a tirar sus hijos al mar, muertos por insolación y hambre, a nadie se le escapa el alcance de la tragedia. Nueve niños arrojados a las aguas tras una semana a la deriva, sin víveres ni agua bajo un sol implacable y mortal. Qué difícil es buscar fórmulas para controlar la llegada masiva de inmigrantes ilegales cuando a escasas millas de nuestra tierra se producen dramas de tanta magnitud...

Durante meses cruzaron las áridas tierras africanas sorteando mil peligros y eludiendo los controles, tibios controles, del Gobierno de Marruecos hasta alcanzar la costa. Pagaron los ahorros de toda una vida a los mafiosos que les organizaron el viaje a España, pensando que así encontrarían su salvación, sin saber que las mafias están plagadas de desaprensivos que meten a los inmigrantes en cáscaras de nuez, sobrecargadas hasta los topes y, a veces, con un hachazo en los bajos para provocar su hundimiento y que nadie ofrezca datos sobre cómo se inició el viaje.

El viaje a ninguna parte de los inmigrantes que fallecieron en aguas mediterráneas coincide en el tiempo con el viaje a Marruecos del presidente español, esperado viaje aplazado varias veces por el rey Mohamed, que al fin ha tenido a bien recibir a Rodríguez Zapatero. Importante encuentro el de Mohamed VI y el presidente, con un temario que se fija, siempre el mismo, desde hace décadas: el futuro del Sahara, los problemas de la pesca, las relaciones de Marruecos con la Unión Europea, las inversiones españolas y las cuestiones energéticas, y más ahora que Marruecos ha firmado con Francia un acuerdo para la construcción de varias centrales nucleares.

Sólo en los últimos tiempos se ha sumado la inmigración a las cuestiones tradicionalmente a tratar entre los dignatarios marroquí y español, pero es una cuestión clave. Desde hace unos años distintos inversores españoles del sector turístico, agrícola y la construcción trabajan en Marruecos, no solamente para contribuir al mejor desarrollo de ese país, sino para hacer negocio y, también, para crear puestos de trabajo a ciudadanos marroquíes en su país de origen, e impedir así que se vean obligados a emigrar. La costa de Marruecos está plagada de urbanizaciones construidas por empresas españolas y plagada de hoteles pertenecientes a cadenas españolas. Al rey de Marruecos le interesa que continúe esa política, pero España quiere que, a cambio, garantice un mayor control sobre las fronteras y costas, que impida el negocio de las mafias que se ocupan del traslado de los inmigrantes a la península y, también, que se permita más libertad de movimientos a los pesqueros españoles que, en muchos casos, contratan a marineros marroquíes.

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