Viaje a la Luna

¿Puede extrañarle a alguien que el fenómeno ovni comenzara en la inmediata posguerra?

El sábado se cumplen cincuenta años de la llegada a la Luna, viejo sueño del hombre, que entonces se vio gravado por las urgencias y terrores de la Guerra Fría. Luciano de Samósata imaginó el viaje a la Luna como una navegación hacia lo alto, que puso a los aventureros griegos ante Endimión, monarca lunar, y también ante su declarado enemigo, Faetón, el rey del Sol. En Kepler, dicho viaje se produce mientras su protagonista duerme un Sueño astronómico, no sabemos si inducido por alguna poción, como aquéllas que preparaba -de eso la acusaron- la desdichada madre del astrónomo. Ya en el XVIII, el barón de Münchausen, hijo extravagante de la Aufklärung, marchará al reino de los Selenitas en un barco impulsado por aeróstatos, como los grandes globos de los hermanos Montgolfier. No así en Verne, cuya expedición se embute en una suerte de bala de cañón, poblada de válvulas y manómetros. Cruzada la frontera del XX, sin embargo, la nave ideada por Wells llevará por combustible una lírica sustancia antigravitatoria…

Sin olvidarnos de Ludovico Ariosto, que utilizó la Luna como un remoto desván de los deseos humanos, el hecho es que la Luna ha funcionado como un espejo inverso de la Tierra, incluso en esa hora dramática del 69, cuando el comandante Amstrong pronuncia su célebre -y algo optimista- eslogan: "Un pequeño paso para el hombre", etcétera. Decía Hobsbawm que, en el futuro, la Guerra Fría se vería como un extraño paréntesis, como un angustioso episodio de neurosis colectiva, cuyos terrores son hoy difícilmente concebibles. De ese mismo terror a la ciencia había nacido ya, antes de que rindiera el siglo XIX, La guerra de los mundos de H. G. Wells. Dos guerras mundiales más tarde, sin embargo, la ciencia se parece más a esa fatigada posibilidad de escape que ofrecen las naves, las misteriosas naves, en que se embarcó la población, camino del planeta rojo, en las Crónicas marcianas de Bradbury. ¿Puede extrañarle a alguien que el fenómeno ovni, considerado como fenómeno histórico, como parte del imaginario de la modernidad, comenzara en el año 48, vale decir, en la inmediata posguerra? Y tampoco cabe sorprenderse de que el tardío E. T. de Spilberg fuera algo así como un trozo de inocencia sideral, caído sobre un planeta amargo, envilecido y hosco.

En fin, éstas son algunas de las fantasías y temores que rondaron la Humanidad en aquel verano del 69. Desde allí arriba, la Tierra era sólo una burbuja azul, flotando en una oscuridad sin tasa.

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