Veinte años después

Sólo un ministro, Castiella, ha entendido el problema generado por una colonia libre de escrúpulos

Desde que a Dios, en pleno proceso creativo, se le ocurrió diseñar y ubicar el Campo de Gibraltar donde está, nos ha pasado de casi todo. El estrecho apareció en la evolución geológica de los continentes, formando una monumental cascada que colmó la cuenca mediterránea desde la mar Océana, y un impresionante peñón surgió para desempeñar el rol de colosal vigilante del proceso. No nos detengamos en tantos hitos como podríamos y situémonos en los primeros años del siglo XVIII, cuando en plena debacle sucesoria, las milicias extranjeras que acudieron a ayudar a uno de los aspirantes a la corona, echaron de mala manera a los habitantes de Gibraltar en nombre del rey de España.

Para qué voy a entrar en detalles acerca del suceso ni en lo que vino después. Como si se tratara de uno de estos fatuos líderes de ahora, el archiduque Carlos de Austria se empeñó en ser lo que quería y no podía, y desató un conflicto europeo. La pérfida Albion desplegó sus viejas habilidades depredadoras y se quedó con el botín. Ya dice la copla que "vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos".

Desde entonces, sólo un ministro, Fernando María Castiella, ha entendido el problema generado por el trágala de una colonia libre de ascos y de escrúpulos. A su iniciativa se debe el desarrollo de la comarca y, en definitiva, su dinamismo actual. Pero, como a un pozo sin fondo no hay quien lo llene, no fue suficiente y hace casi exactamente dos décadas -lo recordaba hace unos días, en una magnífica síntesis, R. Maíquez- se produjo un milagroso entendimiento entre Administraciones y partidos. En poco tiempo, La Línea del alcalde Fernandez Pons, disfrutó de un estatus especial materializado en la llamada Carta Económica.

Podría haber sido el principio de un verdadero cambio en la situación de dependencia que vive la ciudad y se extiende más allá de El Toril. Pero apenas si dio para un septenio y antes de causar los deseables efectos, el proyecto se esfumó entre desidias, papeles y estantes. Si se volviera a pensar en ello, si se aprovecharan las vacilaciones que estamos viviendo en Europa y en América, si nuestros administradores miraran hacia donde tienen que mirar, podemos estar seguros de que estaríamos principiando el mejor de los caminos contra la desazón y los pesares que aturden al personal y no le dejan ver el fondo, el verdadero fondo del bosque.

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