Bolsos llenos de billetes de cincuenta euros apilados como aquellos tacos de turrón del duro que vendían a trozos en la Feria de Algeciras ocuparon días atrás todas las portadas de las televisiones españolas. Una vez más, nuestra ciudad tomó el protagonismo nacional con la intervención por parte de las fuerzas de seguridad de dieciséis millones y medio de euros procedentes de la venta de cocaína.

Nombres de conocidos vecinos de Algeciras saltaron a la palestra y, siempre bajo la debida presunción de inocencia, volvieron a recordarnos que los traficantes y sus colaboradores no son extraterrestres que llegan de Marte y disparan papelinas de coca por las esquinas, sino que tienen nombres y apellidos y que están posiblemente sentados con nosotros en las terrazas de los bares de la plaza Alta, plaza Neda o San Isidro, por citar algunos puntos referentes en los que todos solemos disfrutar con familiares y amigos.

Es decir, que igual le suena el teléfono al simpático de la mesa de nuestro lado y no está hablando con su madre que la dejó malusquilla en la casa, sino que le están dando el aprobado del paso del contenedor por Despeñaperros cargado de droga hasta el precinto del portón.

Es verdad que siempre caen los mismos, los braceros del universo de la droga del Campo de Gibraltar y los cuatro listos -que al final son los tontos del pueblo- que siempre han soñado con vivir por encima de sus posibilidades reales comiendo en restaurantes buenos, con coches buenos, casas acomodadas y viajes de lujo a Honolulu, mientras que los peces gordos, camuflados bajo conocidas empresas, amarran sus yates en Sotogrande, Capri o Saint Tropez y mandan a sus hijos a estudiar a Londres o Estados Unidos.

Está todo inventado, pez gordo que se come al chico, aprehensión de droga organizada en tal punto mientras se cuelan por otros senderos, y un puñado de funcionarios corriendo detrás de esos hijos de puta para ganar mil y pico euros al mes. Imagínense el numerito de las caras de esos policías y guardias civiles, honrados por definición, cuando la otra noche encontraron los tacos de "turrón del duro" y tuvieron que llevar cuatro máquinas para contar los billetes porque, si no, todavía estarían soltando las gomillas del parné y retirando el papel film.

Recuerdo hace más de veinte años cuando Miguel Alberto Díaz y José Chamizo mostraban sus temores sobre el paso de cocaína por el Estrecho de Gibraltar utilizando las rutas del hachís. Por entonces, algunos se escandalizaban y, efectivamente, con el devenir de los años se confirmó que no sólo usaban las mismas rutas sino que el desembarco se realizaba a lo grande y por contenedores. Si ya lo decía mi madre cuando veía llegar al puerto a los primeros portacontenedores, "a saber lo que llevan dentro de esas cajas grandes".

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