Vamos a contar verdades (ii)

Todo aquello contribuiría a imaginarse al Estado como un aglomerado de territorios que había que estructurar

No deja de ser curioso que en la elaboración de la Constitución, se adjudicara el calificativo de históricas a las regiones gallega, vasca y catalana. Debe de ser cosa de la izquierda guapa, o tal vez del republicanismo; dos formas de estar que suelen caminar en paralelo. No obstante, si bien república y monarquía se han catalogado como conceptos antagónicos, tienen mucho que ver cuando la monarquía es, como la española, parlamentaria. Entender la monarquía en su variante clásica, asociada al absolutismo, es no sólo anacrónico sino tendencioso. Que el presidente de la República sea elegido no lo convierte en una mejor opción frente al Rey que, depositario de un poso histórico innegable, supone un elemento de referencia y equilibrio, independiente de los partidos.

Digo que es curioso el calificativo, por aplicarse a regiones con menor sustancia y protagonismo por sí mismas en el proceso histórico que se cierra en Granada, en 1492. No estaba bien elegido, pues de lo que se trataba era de distinguir a las que tuvieron un estatuto de autonomía en la Segunda República. Andalucía no llegó a tenerlo a causa del golpe de Estado de 1936, pero su redacción estaba cerrada por aquellas fechas. Como es de general conocimiento, amplios sectores de la, por lo habitual, pasiva sociedad andaluza se movilizaron y Andalucía recibió el visto bueno para unirse a "las históricas" en la consideración de autonomía de primera clase. Las figuras de Manuel Clavero (UCD) y de Rafael Escudero (PSOE) desempeñaron un papel decisivo; Alfonso Guerra establecería después hábilmente las bases de la defenestración de éste último, para evitar se erosionara el liderazgo de Felipe González. En el mismo contexto, Alejandro Rojas Marcos, con sus dudas en indecisiones sentó las bases para la extinción, años más tarde, del andalucismo político, cuya presencia lideró en los albores del Tardofranquismo y de la Transición.

No hubo guion, ni criterios establecidos para el diseño autonómico. A la muerte del general Franco, cundió el espíritu de la descentralización y los únicos dos partidos con solera en el escenario, PSOE y PCE, ambos de izquierda, se esforzaron en asociar a la derecha con una suerte de neofascismo o neofranquismo y en poner de moda la expresión Estado Español como sustituto irreversible de España. Todo ello contribuiría a imaginarse ese Estado como un aglomerado de territorios que había que estructurar.

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