En pleno pico de la tercera ola prácticamente todos los rincones del mundo están sufriendo con dureza los embates de la pandemia provocada por la Covid 19. A los millones de fallecimientos y personas afectadas en mayor o menor medida por la enfermedad hay que sumar una contracción económica brutal que afectará a todos los tejidos productivos y a los equilibrios políticos del planeta.

En la actualidad, las vacunas desarrolladas por centros de investigación y las empresas farmacéuticas aparecen como la solución para salir de este largo invierno. No obstante, el inicio del proceso de vacunación ha mostrado las debilidades de la arquitectura institucional internacional y, en particular, la europea. La obtención de vacunas por los países se ha transformado en un combate en el que, por supuesto, ganan los más fuertes, y se muestra con crueldad la profunda desigualdad existente.

La UE ha jugado sus cartas de forma desigual y se ha visto profundamente perjudicada por el proceso de Brexit en cuanto que el Reino Unido ha buscado su propio provecho con una total falta de solidaridad en relación con las instalaciones de AstraZeneca situadas en su territorio y el comportamiento de la compañía basado únicamente en la maximización de beneficios.

Indudablemente la decisión de una política de compras común a nivel europeo es una decisión correcta. De no haberlo hecho, probablemente Alemania y Francia se hubieran asegurado un abastecimiento adecuado, pero países más débiles como España lo hubieran tenido muy complicado para conseguir un mínimo suministro pagando además precios mucho más altos. Europa ha jugado la carta de la solidaridad, pero la realidad muestra que ha jugado ingenuamente. En la selva que se ha convertido la sociedad internacional no vale demasiado los contratos bienintencionados o el poder blando, vale únicamente el poder de la fuerza y la presión. En ese campo, la UE no sabe defenderse todavía.

Mientras, China y Rusia a través de sus "diplomacias de vacunas" consolidan sus áreas de influencia aprovechando los vacíos geoestratégicos causados por el repliegue de los Estados Unidos de Trump y la renuncia a ser un líder global. Europa debe tratar al menos de afianzarse en su propio ámbito y garantizar una vacunación suficiente y segura de sus ciudadanos y extender su influencia basada en la solidaridad y cooperación hacia los entornos geográficos cercanos, especialmente el norte de África.

No va ser una tarea fácil. Hoy, el futuro de Europa se juega en unos pinchazos en el hombro de sus ciudadanos. Una UE debilitada por el Brexit debe aprender muy rápido como sobrevivir en la jungla mundial sin renunciar a sus valores.

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