Último día

No sé si en algún idioma del mundo existe una palabra que defina ese silencio, el silencio del último día de las vacaciones

El último día de las vacaciones flota un silencio muy raro en las urbanizaciones playeras. La piscina se queda vacía, hay un montón de huecos en el párking y un niño pasa corriendo, cargado con una mochila, mientras su padre le hace señas para que le ayude a cargar el maletero. "¿Nos vamos ya?", pregunta el niño. "Nos vamos ya", sentencia el padre. Y vaya si es una sentencia. Alguien va corriendo a tirar la basura con la ropa urbana -camisa y pantalón largo- que nunca se ha puesto durante las vacaciones. Ya no se oye reguetón en la terraza de aquellos vecinos tan simpáticos y tan aficionados a las barbacoas. Dos abubillas picotean la hierba en el jardín de la señora que leía en la tumbona y se quedaba dormida con un cigarrillo en los labios. Más arriba, se oye el chasquido de una persiana de seguridad, luego se cierra muy suavemente una puerta, luego se oye el chirrido de los ruedines de una bolsa de viaje, luego ladra un perro -muy débilmente, como si supiera muy bien lo que le espera a partir de ahora-, y después el silencio vuelve a apoderarse de todo. El silencio del último día.

No sé si en algún idioma del mundo existe una palabra que defina ese silencio, el silencio del último día de las vacaciones, el silencio que precede a la vuelta al trabajo y a la rutina y a la realidad. Por supuesto que hay gente que odia las vacaciones y que prefiere la vida frenética en la gran ciudad, incluso teniendo que trabajar todos los días, pero la mayoría de los seres racionales sienten el regreso a la vida normal como una condena. El verano se ha acabado y nada, o casi nada, de lo que habíamos imaginado ha sucedido. Pero aun así, qué duro es volver al trabajo, a la vida de cada día, a las rutinas, a la parada del bus, a las facturas y a las cartas que se amontonan en el buzón (¿habrá una ominosa carta de Hacienda? ¿Habrá una multa? ¿Habrá una citación?).

Pues sí, el verano se acaba y nada ha sido como esperábamos. El verano es siempre una promesa incumplida o que queda aplazada. Y ahora toca enfrentarse de nuevo a todo lo que no soportamos y a todo lo que nos hace la vida desagradable y áspera y aburrida. Pero aún quedan unos segundos de libertad y aún no hemos empezado a cumplir la sentencia. Y de momento aún podemos disfrutar de ese extraño silencio que flota por todas partes, ese silencio del último día, antes de que cerremos la puerta y volvamos a casa.

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