Cuando Tusa llegó a nuestra casa era una perra cachorra y callejera. Justo el día en el que Julia, mi hija, cumplía ocho años la encontró nuestro querido Antonio de la Torre agazapada y asustada entre coches en el Paseo Marítimo de Algeciras; como por la tarde teníamos la fiesta de cumpleaños, se la trajo de regalo. Casi quince años han pasado desde entonces.

Hablar de Tusa es hablar de tres lustros de mi biografía. Es hablar de compañerismo, de fidelidad, de entendimiento. Es hablar de amor incondicional. Es hablar de que era una perra maestra para los niños. Todos los que llegaban con miedo, a su lado lo perdían; al final del curso de verano, con constancia y paciencia por parte de la perra, todos acababan abrazados a ella. Sabía perfectamente cuáles eran los límites y los respetaba y sin que el niño o niña se diese cuenta, le iba comiendo terreno al inicial miedo. Al final, todos querían cepillarla o darle parte de sus desayunos. También era glotona.

Cuando hacíamos encuentros de mujeres, era una parte femenina más de las reuniones. Su presencia calmada, observando todo lo que allí sucedía, como si lo entendiera, era algo familiar para nosotras.

Tusa ha vivido bodas, cumpleaños, navidades, duelos… Ha sabido estar a la altura en todos los momentos con mucha presencia. Sonaba el timbre del portalón de entrada y como buena anfitriona salía a darte la bienvenida siempre moviéndote su rabo.

Últimamente, se la veía ya cansada. Solo quería estar dentro y sus paseos eran cada vez más cortos porque su corpulencia era demasiada para sus desgastadas patas. Como nunca la llevé al veterinario, porque nunca se puso enferma, no lo vi necesario hacerlo al final; para ella hubiese sido una tortura, no por falta de humanidad del profesional sino por su desconocimiento ante situaciones nuevas. Además, sacarla a la calle era imposible porque el único trauma que conservó durante toda su vida y que adquirió cuando fue callejera era que le asustaba estar atada y nunca pude ponerle una correa. Este jardín fue su mundo y nosotros los humanos sus animales de compañía. Si alguna vez la puerta se quedaba abierta y tenía la oportunidad de escaparse no lo hacía, parecía no interesarle lo de fuera.

En estos días sin ella la casa parece más vacía. Los niños no se acostumbran a su ausencia; mi hija y yo tampoco. Ahora que nutre la tierra del jardín habrá que esperar verla llegar transformada en primavera.

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