Cambio de sentido

¡Toma, Moreno!

Moreno tiene un atractivo especial: los ventrílocuos y sus muñecos dan mucha jindama

Sentadas a la mesa camilla, en gélidas noches de sábado, la abuela y yo asistíamos al espectáculo del muñeco obsceno que se ponía en pie de modo imposible (sus músculos de trapo no podían sostenerlo) y nos hacía movimientos tan soeces como declarativos. "¡Toma, Moreno!", decía el muñeco aguardentoso, dándole embestidas pélvicas al aire. Freud, con esto, tendría para un libro. A continuación sacaba a Macario, el cateto boquiplático que no se entera de nada. A Jung le hubiera venido de perlas el ejemplo para explicar cómo las máscaras (al igual que los nicks y el anonimato en los comentarios de las redes) revelan quiénes somos realmente. Muñecos a través, el inconsciente de José Luis Moreno contaba que en este mundo hay pajarracos que se lo llevan calentito ante las narices de almas cándidas, buenos salvajes de pueblo. Por no hablar de Monchito, el enfant terrible sin recorrido moral. Ni de los vestidos, traumáticos, que lucía Juncal Rivero, y que tanto daño hicieron al estilismo de las bodas de mi pueblo.

En España no nos podemos quejar, gozamos de personajes arquetípicos a trochemoche. Miren si no al mismo Moreno, a Villarejo, al Pequeño Nicolás… somos la envidia de la Commedia dell'Arte. Moreno tiene un atractivo especial: los ventrílocuos y sus muñecos dan mucha jindama. Uno de los mejores episodios de Dimensión desconocida, aquella serie de culto de 1959, se titula El muñeco. El cine de terror está lleno de muñecos que encarnan el lado oscuro de quienes los animan y hacen hablar, hasta el punto de llegar a destruir a sus creadores. Dan tanto miedo porque nos recuerdan el reverso, la zona desconocida de cada cual, y casi nos previenen de que es mejor mirar de frente nuestras sombras y atravesarlas, no reprimirlas, ni ignorarlas, ni compensarlas o reflejarlas en muñecos, máscaras o en otras personas… En estos días de caidita de Roma -que diría el gran Chiquito- de José Luis Moreno, ha rulado un vídeo en el que la actriz Yolanda Ramos le dice al productor que a ver cuándo le va a pagar lo que le debe. A Moreno se le desorbitan los ojos, se la come viva con la mirada, ¡cómo osa!, manda callar hasta al director, se levanta y se va, dejándolo todo pingando de miedo. Moreno y sus peleles son la gran metáfora, una representación esquemática, prácticamente doméstica, del poder sin poderío, de la sombra sin luz. Eduardo García nos previene: "Aprender de la experiencia. No hablar jamás con el muñeco de un ventrílocuo".

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