Suelo proponerme practicar el shinrin-Yoku, es decir, pasar tiempo en el bosque con el objetivo de mejorar la salud y el bienestar. Me resulta conmovedor que haya una técnica que repare cerámica rota que guarda una historia para volverla más hermosa haciendo bello y fuerte lo frágil; se le llama kintsugi. Si es poesía, recurro al haiku que tuve la suerte de conocer a través de la ya consagrada haijina Susana Benet con la que pasé una noche de cena y charla inolvidable.

Y como no solo de belleza vive el hombre, si hablo de gastronomía, soy una amante del sushi. Ahora vegano. Cuando voy a hacer la compra a una gran superficie, me doy el capricho de traerme una bandejita para casa. Cuando la joven cheff, que aunque sí en el toque de sus manos nada tiene en sus rasgos de oriental, me ve llegar me dice "¿El vegano?" a lo que yo, sorprendida, sin palabras, le respondo con un movimiento afirmativo de cabeza y una franca sonrisa agradeciéndole que, entre tanta multitud, la segunda vez que fui ya me reconociera. Ese día en casa hago una fiesta culinaria.

En esta vida, aunque nunca debo decir de esta agua no beberé, creo que a Japón no iré de visita. Quién sabe si en una próxima reencarnación aterrizo de lleno en medio de la dinámica ínsula.

El artículo de Guillermo Altares que el fin de semana pasado publicó en un suplemento cultural dedicado a la fascinación por esta tierra, "Obsesión por la perfección", me dio que pensar. En él habla de un concepto llamado shakunin que describe a un artesano que busca la perfección durante toda su vida haciendo una y otra vez lo mismo. Y en Ginza, en el centro de Tokio, vive Sawada, un antiguo camionero que decidió dedicar todo su talento al arte del pescado crudo y el arroz. Se levanta bien temprano al mercado de pescado en Tokio donde elige las mejores piezas, no utiliza nevera sino un complejo sistema de refrigeración con hielo. Su objetivo profesional no es acortar su jornada que puede prolongarse desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche, seis días a la semana, sino servir solo ocho comidas en vez de doce ya que así logrará acercarse todavía más a la perfección. En Japón lo que importa no es el fin sino el medio.

Este concepto contrasta con nuestra inmediatez y el valer para todo. Habrá que tomar nota

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