Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Territorialismo

La desconfianza general hacia el Estado que suscitara la crisis se ha traducido en una política pegada al terruño

Cada cual tendrá, supongo, sus motivos para considerar malos los resultados electorales de ayer. Ya los primeros análisis, apenas comenzados los escrutinios, ahondaban en diversos criterios favorables al pesimismo; pero, si nos atenemos a la mera evidencia a partir de la representatividad conferida al Congreso, lo que tenemos es un país en el que la política ha quedado reducida a un cúmulo de fuerzas enfrentadas por la cuestión territorial, con unos partidos abiertamente adscritos al independentismo y otros dispuestos a ilegalizar a los anteriores. El único argumento que explica el ascenso de Vox (también en Andalucía, ojo, donde el ascenso no obedece únicamente, ni mucho menos, a la defenestración de Ciudadanos) es territorial, como la compleja composición de partidos nacionalistas (conviene valorar con igual atención el impacto de la CUP en su llegada al Congreso). Y eso es todo: el debate se reduce a la cuestión territorial. Ya no sólo a nivel autonómico, incluso provincial, como revela la entrada en juego de Teruel Existe: la desconfianza general hacia el Estado que suscitara la crisis se ha traducido en una noción de la política cada vez más pegada al terruño, a lo próximo, a la casa propia, sin ningún tipo de perspectiva nacional ni de ambición común. La política es frontera y nada más que frontera.

En un parlamento en el que más del 40% de sus portavoces son nacionalistas sensibles (cuanto menos) al independentismo, y en el que Vox experimenta un fenómeno de poderío tan innegable, no hay margen para abordar el empleo, ni la educación, ni el desarrollo, ni el bienestar, ni la igualdad, ni el acceso a la cultura, ni la investigación ni todas y cada una de las cuestiones más urgentes y necesarias para España. No, ya no hay nada de esto, sólo territorio y más territorio, bandera y más bandera, derechos históricos y demonización del contrario a cuenta de la unidad o la fragmentación del país. De manera que nos esperan nuevos tiempos de parálisis a cuenta del secuestro de la política por el territorialismo, las identidades y la insolidaridad que pregona el nacionalismo. El más injusto sistema de adjudicación de escaños convierte a Cataluña en centro y protagonista de la vida política y al resto de los españoles en cautivos de un problema del que, directamente, están más que hartos.

La única alternativa, la llave que abriría de nuevo la puerta de la política sería una coalición entre el PSOE y el PP. No es una salida fácil, pero no hay otra. Si es que se trata de solucionar problemas y no de tirarse los territorios a la cabeza. Aquí está el caos, señores Sánchez y Casado. Arréglenlo.

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