En 2006, en las cercanías de La Meca, 364 personas murieron y 289 resultaron heridas a consecuencia del embotellamiento que se produjo en el célebre puente desde el que los peregrinos lanzan siete guijarros rituales al demonio. El pánico ante la confluencia de un grupo que salía con otro que entraba provocó una avalancha humana de funestos resultados. Las grabaciones de las cámaras de vigilancia fueron estudiadas por el físico alemán Dirk Helbing, profesor de la Escuela Politécnica de Zúrich especializado en el comportamiento de masas. El científico concluyó que el desastre tuvo su origen en lo que denominó "temblor de multitud" (crowd- quake) un fenómeno colectivo que se produce de manera espontánea cuando la densidad de personas alcanza un límite crítico que él situaba en torno a los 6 individuos por metro cuadrado. En este nivel de congestión los contactos físicos entre los cuerpos son tan intensos que el más mínimo movimiento desata una estampida semejante a las ondas de choque de las sacudidas sísmicas. Desde entonces, el fenómeno de "temblor de multitud" descubierto por Helbing ha podido observarse sistemáticamente en todos los desastres provocados por avalanchas humanas sin que hasta la fecha se haya encontrado ninguna solución para frenar una estampida una vez que esta se pone en marcha. En esencia son tres las actividades multitudinarias susceptibles de acabar en tragedia: la religión, el fútbol y las fiestas. Un grito, una caída o una discusión en medio del gentío que, apretujado, asiste a este tipo de acontecimientos, puede ser el inocente detonante que convierta una concentración, en principio placentera, en una pesadilla. El pánico nubla el entendimiento individual y hace que la muchedumbre se comporte tan irracionalmente como los miles de ñus que se ahogan cada año al cruzar el río Mara en el Serengeti o los bisontes que hostigados por los indios pies negros, se despeñaban en las Montañas Rocosas. Las 156 personas que pretendiendo disfrutar de la fiesta de Halloween murieron en Seúl aplastados en un estrecho callejón, fueron victimas del miedo a un supuesto peligro que les impulso a moverse desordenadamente en un espacio inextensible y saturado. La gran mayoría murió por asfixia o reventados por el peso de los que les cayeron encima. En tales circunstancias los individuos dejan de comportarse como seres humanos para ejercer de simples partículas respondiendo a las leyes de la Física. Lo desconcertante es que no aprendamos de estas catástrofes y año tras año veamos como la gente se coloca en situaciones de riesgo en conciertos, encuentros deportivos o actos religiosos. Viendo, por ejemplo, la procesión de la Virgen del Rocío o la Madrugá de Sevilla, no hace falta ser físico para intuir un peligro… ante el que nada podrían hacer ni la Macarena ni la Blanca Paloma.

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