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El nacionalismo se ha convertido, entre otras cosas, en un confortable comodín para los columnistas

Cogido por sorpresa sin ganas ni ideas ni tiempo ni fuerzas para la columna, pregunto a mis hijos de qué podría escribirla. "¿De qué? ¡De Barcelona!", dice mi hijo con el tono de la obviedad, pues, con sus ocho años, ya se ha dado cuenta del filón del independentismo para los columnistas diarios. Carmen, que está estudiando para un examen de sociales, y que es, además, firme partidaria de la intrahistoria, me sugiere que escriba de los ríos de España, que son preciosos. "Río Duero, río Duero,/ nadie a acompañarte baja:/ nadie se detiene a oír/ tu eterna estrofa de agua./ Indiferente o cobarde/ la ciudad vuelve la espalda…", le respondo. "Eso empieza muy bien, papá", palmotea entusiasmada. Le explico que se me adelantó Gerardo Diego, que no es mío. "Entonces, qué remedio, vas a tener que hablar del coronavirus". Quique propone que escriba sobre la injusticia de que no se pueda hablar de Franco, y le digo que vamos a esperar a que se apruebe la ley, para que nadie me puede acusar de esconderme en la irretroactividad. No encontraré un tema para escribir, pero la conversación está resultando apasionante.

Incluso se han levantado de sus respectivos sofás y se han venido a mi mesa a sentir el vértigo de la página en blanco. Parece que nos asomamos a un pozo y que vamos a tirar una piedra para ver lo hondo que es. Suspiro que ojalá tuviese un "negro". Pero Carmen protesta, no porque no sepa lo que es un «negro» ni que puede ser nórdico, amarillo, caucásico, negro (sin redundancia de ningún tipo) o piel roja. No protesta por un racismo que no existe, sino porque le daría pena que le dejásemos a un señor ajeno el trabajo que bien podemos acabar nosotros juntos.

Ese timbre épico nos anima a los demás y nos disponemos a trabajar. ¿Les parece que escriba de lo bueno que es compartir también los afanes profesionales de los mayores con los pequeños, como hacen ellos con sus tareas y, sobre todo, con sus trabajos manuales? Hay algo hermosamente medieval y distributista en que la familia sea la unidad de producción y que todos, como en los viejos días góticos, seamos artesanos de lo que aquí se produce? Lo entienden a medias aún, pero, como hablo de hacerlo en compañía y de encararlo como una aventura, les parece perfecto. Además, si sale un texto un poco basto, les consuelo, la gente me lo perdonará porque es un producto artesano 100% y de economía familiar de subsistencia.

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