Los amores sucios

Alberto Pérez de Vargas

Téllez ha vuelto

Son tantos años de acuerdos en lo esencial y de desacuerdos, que estoy familiarizado con los recursos verbales de este paisano mío, que va y viene a lugares comunes, compartiendo secretas complicidades, manteniendo el tipo y sorprendiendo

A Juan José Téllez, rastreador de sombras, director un tiempo de Europa Sur, gaditano de capital y provincia, biógrafo y más cosas; y sobre todo, poeta, se le echaba de menos en el telar de la poesía, a pesar de que ahí estaba como ha estado siempre, sereno y atento a lo que pasa en sus proximidades. Rápido y versátil y por eso, al deberse a sus nomadismos, como escribe en la solapa Benítez Reyes, pasa por los sitios solamente de vez en cuando.

En un papelillo que acompaña a su libro Los amores sucios, espléndidamente editado por Aguilar (verso&cuento), Téllez le dice al colectivo receptor de su amable envío que en los últimos años anduvo ocupado en otros frentes. Es algo así como una disculpa consigo mismo que él extiende a sus interlocutores. Tal vez por eso se acompaña en la salida por frases cálidas de grandes amigos suyos que también son grandes en la literatura. "Maestro de amistad", le llama García Montero.

Son tantos años de acuerdos en lo esencial y de desacuerdos, que estoy familiarizado con los recursos verbales de este paisano mío, que va y viene a lugares comunes, compartiendo secretas complicidades, manteniendo el tipo y sorprendiendo, como lo hiciera con los taurinos cuando escribió su biografía de Miguelín (Espasa, 2004), a quien no conoció, del que poco supo en su momento y con el que se sintió obligado cuando le pidieron que lo hiciera. Al prologarla, Alberto González Troyano, conocedor del ruedo y de los recursos literarios que lo adornan, recurrió a lo poco que tenía al alcance porque, como él mismo dice, hay mucho escrito sobre toreros pero poco que esté en buenas manos. González Troyano, de paisanaje compartido, habla de Chaves Nogales y de su biografía –excelsa, por demás– de Juan Belmonte. Se refiere también a Hemingway, a su amistad con Antonio Ordoñez (y supongo que piensa también en Luis Miguel), eje de su famoso ensayo The Dangerous Summer (1985), que él parece traducir por Un verano sangriento. Si de mí hubiera estado, yo habría añadido a Antonio Burgos y a su Curro Romero, la esencia, pero esa es otra historia. Lo relevante en el caso de Téllez es el oficio: la maestría con la que maneja el lenguaje y su capacidad para hilar el discurso. Ni siquiera necesita ser cercano al mundo del que escribe o participar de él.

En Los amores sucios pasa que hay confort. Las frases suenan a sabidas y a estancias en espacios corrientes. Como a Blas de Otero, a Téllez le queda la palabra, y cuantas más veces escuchada más veces repetida y más hecha poesía; un “arma cargada de futuro”. Con A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo remata un poema en el que no le habría hecho falta mencionar al viejo poeta donostiarra, pero titulándolo A la calle era inevitable. No pocas veces estuve con él en la Prospe, en mi barrio, en la madrileña plaza de Chamartín, y con su médico, enjuto y solemne, sabedor de muchas cosas, Pedro Caba. En Casa Emilio, con su inseparable Amparitxu. Andaban también por esos pagos Rafael Sánchez Ferlosio y Gloria Fuertes, aquel esquivo y ésta entrañable. Ars amandi, Bajamar, Holocausto, Memoria histórica, Días de fútbol, Los buenos días pasados, Plan de fuga, Las verdes praderas, El cielo puede esperar, Quinta columna, Precio de venta al público, Chico malo, El túnel del tiempo, Horas bajas y cosas así. Desarrolladas en verso son como si estuvieran poniéndole música a todo lo que te suena, a todo lo que dices. Lo he repetido muchas veces, pero no importa ¿qué más quisiera yo que se notara?: recuerdo que una vez Jaime Sabines espetó a los poetas algo así (cito de memoria) como "a ver qué haces ladrón con lo que le robas a tu dolor y a tus amores". Pues eso Juanjo, algo sé de ti, algo sé de ello, pero ahora ya sé un poco más. Y hay mucho más que no sé.

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