TRAS el éxito de la operación transalpina, con caída y debacle de Il Cavaliere, los mercados internacionales prosiguen su ataque contra el euro apuntando -de nuevo- hacia España. La prima de riesgo patriótica (aunque el dinero nunca ha tenido patria) vuelve a los niveles de agosto. Y rompe uno de los escasos argumentos que le quedaban a los socialistas para atenuar su previsible batacazo: si Zapatero no hubiera empezado a recortar el gasto en su fatídico viraje político estaríamos igual o peor que Italia. Pues bien: ya estamos otra vez en el mismo sendero, en el que -no se olvide- llevábamos ventaja hasta que Berlusconi nos adelantó. Deo gratias.

Los socialistas plantearon ayer una fórmula para reconducir el dispendio de las autonomías -uno de los grandes problemas de España, según los mercados- basada en que sólo se ocupen del gasto de índole social. Hay quien aplaude la idea. No sé el motivo. Lo que quizás habría que preguntarse, dado el sobreendeudamiento bestial de familias y empresas, y la secular dependencia de lo público -sobre todo en Andalucía-, es si existe alguna partida presupuestaria en las cuentas públicas que, en realidad, no venga a ser en el fondo un gasto social. ¿Quién no vive, de una u otra manera, del presupuesto? Únicamente las empresas que exportan y trabajan en el exterior. Pocas. Sobre todo en el Sur.

Rubalcaba trata de multiplicarse para intentar reducir la distancia -sideral- que le separa de la Moncloa. Vano intento: se puede decir lo mismo muchas veces sin conseguir los objetivos. Los mensajes del PSOE son pólvora mojada por la gestión de Zapatero. Ayer comenzó a llover. En Ferraz tratan de recuperar a la desesperada los votos que se les escapan por la izquierda -IU sacará once diputados, según los últimos sondeos- mientras el PP, anticipándose al deseo del poder financiero, y visto el ejemplo griego e italiano, postula ya un gobierno con caras sin perfil político. Sería más correcto decir tecnócratas, que es lo que reclaman los mercados. Gente con formación y decidida capacidad para, sin molestos principios políticos, acometer las reformas. "Dios aprieta pero no ahoga", dicen. Yo pienso aquí lo mismo que decía el gran Pepe Guzmán: "A nosotros no nos ahoga, pero tampoco nos suelta".

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