Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Teatro

El exceso de teatralidad pasa factura Zelenski, empeñado en fabricar un personaje que suscite adhesiones mundiales

Putin, la debilidad de la democracia ucraniana y los bandazos a los que nos tiene acostumbrados la Historia han puesto en el centro del mundo a Volodímir Zelenski, un actor que cayó en gracias en su país y que aprovechó la popularidad que le dio la televisión para convertirse en presidente, en un momento en el que los sentimientos antirrusos de una parte significativa de la población habían aflorado con fuerza. Hoy Occidente lo ha convertido, con razones sobradas para ello, en un símbolo de la defensa de la libertad y de la independencia machacadas por la fuerza de las armas por el gigante ruso. Zelenski se ha aprendido bien el guion y lo interpretan con convicción. Quizás sea gracias a que está él en Kiev y no un político al uso que se haya logrado parar los pies a Moscú y convertir la guerra relámpago que los estrategas del Kremlin habían previsto en una ratonera de la que ahora no saben cómo salir.

Pero el exceso de teatralidad también le pasa factura al líder ucraniano, empeñado en fabricarse un personaje que suscite adhesiones en todo el mundo. Lo ha demostrado en sus cuidadas y constantes apariciones en camiseta militar, en su gira por los escenarios de las matanzas perpetradas por los invasores o en sus discursos telemáticos por los parlamentos de toda Europa. A España le tocó el martes en un acto que tuvo mucho más de emotivo y simbólico que de cualquier otra cosa y en el que el presidente de Ucrania eligió el bombardeo de Guernica como la referencia histórica con la que comparar la situación de su país. Nada que objetar, aunque la historia de España, desde el sitio de Numancia a la masacre del 11-M, da para un inagotable catálogo de barbaridades que castigaron sin piedad a la población civil. La comparecencia, como todo lo que rodea a Zelenski, tuvo mucho de representación; de forma, en definitiva, y muy poco de fondo. Es, por otro lado, lo que se pretendía. En la guerra de Ucrania, como europeos y como defensores de unos valores que se ven comprometidos, no somos neutrales. Estamos directamente concernidos y eso hace que aceptemos como un elemento más del paisaje estos montajes que en el fondo no son sino acciones de propaganda destinadas a reafirmar posiciones en los ya convencidos. Aunque quizás no deberíamos perder la perspectiva y anotar que la sobreactuación puede tener efectos contraproducentes. Sobre todo, si se prolonga mucho en el tiempo. Y esto, desgraciadamente, no tiene pinta de que se vaya a acabar pronto.

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