Este ha sido un viaje de sensaciones diversas y lleno de contrastes. Cruzamos el estrecho en un ferry que salió desde Tarifa. El poniente soplaba mientras dejábamos atrás la bella costa conocida para adentrarnos en otro país, en otro continente. En la otra orilla nos esperaba Tánger.

La verdad, estaba ilusionada. Mi hija y yo decidimos disfrutar juntas y apuntarnos a un viaje organizado para asistir al Festival de Jazz que este año cumplía su mayoría de edad. Tanjazz es un festival pequeño que se aleja de la ortodoxia del jazz y que no sé si los puristas de este estilo de música aplaudirían. Un espacio en el que conocer músicas y músicos de distintas partes del mundo. Un viaje musical por diferentes épocas. Un festival de iniciativa privada cuyo recinto en el que se celebra nada tenía que ver con todo lo que vivimos afuera. Es por eso lo de los contrastes. Dentro del palacio todo era apertura, mezcla de culturas, tolerancia, mucha música y mucha belleza: mujeres y hombres guapísimos llegados de diferentes tierras, elegancia, seducción y glamur. Un brutal contraste con la realidad de afuera.

Es complicado adaptarse a costumbres que no son las tuyas. Mientras estabas en el hotel o en el palacio de cuento todo parecía modernizado pero cuando te adentrabas en el corazón de la ciudad o recorrías su paseo marítimo la cosa cambiaba. La comunicación se limitaba a dos cosas: ellos a acosarte para buscarse la vida y nosotros a regatear unos míseros céntimos. A ninguna de las dos cosas me he amoldado. No sé regatear, no es mi costumbre. Si me dicen un precio y lo veo razonable, ese es el precio. Además, ya de por sí casi todo me parecía baratísimo. Pero lo que realmente nos incomodó a mi hija y a mí fueron las turbias miradas de los hombres, no sabría definirlas de otra forma. Parecía que nuestra forma de vestir les daba el derecho a mirar de esa manera. Un ambiente dominante y machista en el que era imposible encontrar un cafetín con una tanjerina sentada tomando un té moruno o en los establecimientos del mercado vendiéndote sus productos. De todo lo que compramos en ninguna tienda fuimos atendidas por mujeres, algo que nos hubiese agradado.

A la vuelta, salí a la cubierta del ferry e hice fuera toda la travesía. Respirando. La estela de espuma dejaba tras de sí la silueta de una ciudad en la que me he sentido extranjera y extraña.

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