Suspenso al señor Pisa

Ahora algunas comunidades, la de Madrid especialmente, andan poniéndole pegas a las conclusiones del señor Pisa

Cada cierto tiempo, el Sr. Pisa, como un profesor que nos tuviera manía, caía por aquí para reprocharnos en plan malaje que los niños españoles no daban la talla en matemáticas, ciencias y comprensión lectora. Y nada más tener noticia del cate de costumbre, no eran pocos los que corrían a darle palos a nuestro sufrido sistema educativo, poco menos como si esto fuera un criadero de analfabetos, y la lejana Europa un bálsamo de rubios cerebritos aspirantes al nobel de Física.

Yo nunca le eché demasiada cuenta al informe Pisa de la OCDE, y no tanto por una refutación de datos que desconozco, sino por una cuestión de experiencia doméstica: Mande usted a un hijo a estudiar cualquier curso de la ESO a un colegio, público o privado, de Inglaterra, y cuando vuelva, compare su nivel de matemáticas con el de sus compañeros de allí. Y rece para que el niño no pierda el curso siguiente aquí, pues lo normal es que allí no haya aprendido nada, y después tenga que solventar la laguna con notable sobreesfuerzo. En la universidad llevamos años de experiencia con la beca Erasmus, y tampoco es que los alumnos que enviamos desde aquí suden sangre para aprobar las asignaturas allí. Y qué decir del nivel de formación de los cientos de arquitectos o ingenieros que (por desgracia para nosotros) andan ganándose bien la vida por ahí gracias, entre otras cosas, a los conocimientos que aprendieron aquí.

Ahora leemos que algunas comunidades autónomas, la de Madrid especialmente, andan poniéndole pegas a las conclusiones del señor Pisa, al punto de no publicar los resultados de comprensión lectora por manifiestos errores en la prueba. Ni el señor Pisa era tan infalible, ni nuestros estudiantes tan ceporros, aunque tampoco haya que lanzar las campanas al vuelo por ello. Posiblemente los puntos débiles de nuestro sistema educativo (que los hay, y muchos) no estén tanto en los programas y las horas de estudio, que no escasean precisamente en un sistema de acceso a la universidad cada vez más competitivo.

Visto así, el reto no consiste tanto en potenciar el sistema pensando sólo en el estudiante bueno al que generalmente le acompaña un entorno socioeconómico medio-alto, sino en un modelo eficaz que proporcione ciudadanos cultos aunque su destino final no sea el universitario. Entonces sí podremos decir que hemos aprobado como país, y el Sr. Pisa que diga lo que quiera.

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