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josé aguilar Ignacio Martínez

Susana va a la guerra,y perderáDespotismo

Se equivocó dos veces: en su estrategia fracasada de oposición e intentando un reparto de poder con PedroEl golpe del 23-F fue visto por el Gobierno Reagan como un problema español. El asalto al Capitolio, condenado en España

Susana Díaz ha proclamado que quiere seguir siendo la líder del PSOE andaluz y la candidata a la presidencia de Andalucía en 2022. Es la única, junto a un grupo cada vez más menguante de pretorianos, que piensa que será las dos cosas. A sus críticos, crecidos y desinhibidos, sólo les falta conocer a quién señala el dedazo de Pedro Sánchez como sustituto. Para votarlo en las primarias (aquí sí las habrá, no como en el PSC de Illa).

Parece mentira que una política tan experimentada, experta en el manejo orgánico y dotada para el maniobrerismo, no haya entendido que perdió su oportunidad de reponerse y regresar al doble poder (en el PSOE y en la Junta) en dos momentos y circunstancias: cuando pretendía que el triunfal Sánchez le cediera el control de Andalucía, haciendo una excepción territorial a su mando cesarista sobre el nuevo socialismo, y cuando diseñó su estrategia en esta legislatura perdedora con una simpleza pasmosa: éstos de PP y Cs serán rehenes de la ultraderecha y fracasarán en toda regla. Ergo, mi vuelta está cantada.

Nada de esto ha ocurrido. Sánchez no iba a perdonarle nunca que Susana le expulsara con una argucia de la secretaría general en la primera etapa. Sólo ha estado esperando el momento oportuno para perpetrar su venganza en plato frío, cuando él ya tiene la legislatura expedita, ha domesticado a todos los barones y puede elegir a su gusto al relevo (María Jesús Montero o Juan Espadas, que no quieren, pero aceptarán si les llega el encargo, o el diputado Felipe Sicilia, que quiere, pero quizás no tenga hechura y padrino para poder).

Susana no quiere enterarse de que hoy por hoy es una mala candidata que encarna la derrota en el feudo donde nunca la sufrió el PSOE y tampoco quiere saber que su tiempo ha pasado. Cree que la vida política hará una excepción con ella y la liberará del estigma que persigue a los líderes del PSOE andaluz desde la autonomía: todos salieron, de mejor o peor manera, por decisión del poder federal de cada momento. Escuredo, Borbolla, Chaves lo pueden atestiguar. En estas salidas no hay más negociación que la de aceptar la oferta del poderoso. Ya Susana rechazó lo que le daban, la presidencia del Senado. Ahora debería pensarse mejor la recompensa que se le proponga la vez siguiente por hacerse a un lado.

Si no se echa, perderá las primarias. Las ganará quien haya decidido Pedro. Es normal tener que explicarle esto a un advenedizo. Pero a Susana resulta increíble.

UNO de los mejores polemistas de Pablo Iglesias, Mayoral, ha dicho que es intolerable comparar el asalto a la colina del Capitolio en Washington con el cerco al Congreso de Madrid en 2016. Dos investiduras, dos parlamentos asediados y muchas diferencias, pero quizá pertinente la comparación. Todos los populismos son innobles; de extrema derecha o izquierda radical. No es sana su manía de dividir el mundo en buenos y malos. Los buenos son ellos, porque defienden la democracia. Los malos los demás, que la ponen en peligro. Después de su vergonzoso papel empujando a sus seguidores a asediar el Congreso, Trump ha cometido la infamia de descalificar a los asaltantes. Dos meses y cinco muertos después de las elecciones, por fin admite su derrota.

No están mal traídas las referencias a episodios nacionales de nuestra joven democracia. La Monarquía parlamentaria española ha sufrido embates duros. El mayor fue el asalto al Congreso en febrero de 1981 durante la investidura de Calvo Sotelo, en un golpe de Estado militar que el secretario de Estado de Reagan, el general Haig, consideró "un asunto interno español". Por el contrario, ahora el conato de sedición en Estados Unidos, por el que se pretendía impedir la definitiva proclamación de Biden como presidente, ha sido condenado por todos los partidos españoles menos por Vox. El populismo ultranacionalista hispánico es muy condescendiente con los nostálgicos de la dictadura y con Trump.

El bloqueo del Parlament en junio de 2011 para impedir un pleno obligó a sus señorías a ir en helicópteros y furgones policiales. Y los diputados que llegaron a pie fueron insultados o agredidos. Un precedente de los sucesos de septiembre y octubre de 2017 y la declaración de independencia de Cataluña. El populismo ultranacionalista catalán reclama ahora una amnistía para los jefes de la insurrección y se conformaría con el indulto que el Gobierno prepara, igual que Trump ha indultado a su consuegro de 16 delitos fiscales. Otra presión contra un Parlamento fue la de octubre de 2016, convocada entre otros por Podemos, con la que se rodeó el Congreso durante la investidura de Rajoy. A la salida se injurió y se lanzaron objetos a algunos diputados.

Los de manifestación y expresión son derechos fundamentales, pero agitar la calle contra el poder legislativo con la excusa de defender la democracia es peligroso. Nadie tiene el monopolio de la razón en una democracia. Tampoco hay populista bueno; si llegan al poder todos acaban practicando el despotismo con mayor o menor descaro.

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