Momentos estelares de la humanidad es un libro de pasajes de historia, escrito por Stefan Zweig en 1927. No sabría decirles el porqué de una manía que sostengo desde que lo leí, siendo muy joven. Cada vez que me encuentro en una situación comprometida o vergonzosa, de esas que mi inolvidable amigo José Luis Galán denominaba numerito arrevistao, - ya saben algo que no es ni zarzuela ni revista - no sé por que razón, me acuerdo del título del citado libro. Como ya se encuentra uno en la provecta edad, lo cual no es malo si se piensa en la alternativa, colecciono un florido fondo de armario de momentos estelares. Algunos son accidentales, como aquella vez que corriendo para coger el último autobús, resbalé y me deslicé boca abajo por el suelo, delante de la desternillante cola de gente que lo esperaba. Mi orgullo herido sufrió más que mi cuerpo y no digo más.

También hay momentos estelares forzados y repetitivos. Uno de los más odiosos es pasar el control de seguridad de un aeropuerto. Ahora entiendo por qué jugábamos a la Oca de pequeños. Nos estaban preparando para esto. Para empezar, casilla de inicio, andando por un laberinto que parece diseñado por Pavlov que diluye la cola en vueltas y revueltas, hasta que te hacen presentar la tarjeta de embarque. Ahora te enfrentas a colocar lo que llevas, en unas cubetas grises, teniendo cuidado de sacarte los zapatos, quitarte la correa, el reloj, la cartera y todo lo que lleves de metal, bajo la atenta mirada de una estricta amazona que te interroga si has sacado el libro electrónico, la tableta y si llevas líquidos en envases grandes. El detector engulle tus pertenencias y tú te dispones a pasar por el arco, descalzo y con una mano sujetándote el pantalón. Es como presentarse a un examen de septiembre. Cuando te dan la orden, pasas y ¡horror!, se encienden las luces del arco y aquello empieza a pitar. ¡Mire usted bien en los bolsillos! te dice condescendiente el supervisor y aparece una inocente toallita limpia-gafas, que mira por donde, tiene el forro interior metalizado. De penitencia te ponen con los brazos en cruz, orejas de burro no te ponen y menos mal que mandan que abras las piernas y así se sujeta el pantalón. Te pasan un detector de mano y ya te puedes ir, con la cara de tonto jodío a recuperar tus pertenencias y vestirte sin intimidad alguna. Todos estamos de acuerdo en que la seguridad es lo primero, pero las nuevas tecnologías podrían echar una manita, para que el control fuera más llevadero y menos ridículo. Y encima llevaba una papa en el calcetín.

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