Lya hacía tiempo que el viejo caserón de la avenida Broadway, en Nueva York, sede de la Hispanic Society necesitaba una reparación a fondo de sus tejados. Esa circunstancia ha propiciado el viaje al Museo del Prado de más de 200 de sus obras de arte y la organización de la exposición temporal: Tesoros de la Hispanic Society. Como la ocasión lo merecía, me he dado una vuelta por la capital para verla y créanme, valió la pena. El multimillonario americano Archer Milton Huntington, fundador de la Hispanic, dedicó su vida al estudio de España a través de sus costumbres, hechos y lugares históricos y sobre todo mediante la colección de obras de arte que van desde cuadros, libros y esculturas hasta cerrojos y llamadores, vasijas de cerámica y telas. El afán por conocer el alma del imperio español le llevó a visitar los más recónditos lugares del país a lomos de caballerías. Se interesó también por lo contemporáneo y descubrió en Joaquín Sorolla, el pintor que podía hacer realidad sus deseos.

A él encargó los gigantescos murales que decoran la sociedad y una colección de retratos sobre la élite intelectual española de su tiempo. Sorolla aficionado a la fotografía por su suegro, aceptó complacido el trabajo y durante unos años, pintó al natural, a lo que podíamos llamar evocando a Agustín Lara, la crema de la intelectualidad. He citado la afición de Sorolla a la fotografía porque le sirvió para lograr enfoques sugestivos, pero la pintura donde realmente supera a la fotografía, es en el descubrimiento del alma del modelo. En este caso, podemos intuir la campechanía de Blasco Ibáñez, la mirada serena de Aurelio Beruete, atisbar la cercanía de la muerte de un Echegaray huidizo o la retranca de Pérez Galdós, ver a una Emilia Pardo Bazán matrona fuerte y segura, a un Marcelino Menéndez Pelayo bonachón, a un Torres Quevedo visionario, a un Azcárate curioso, a un Azorín inteligente, a un Pío Baroja travieso, a un Antonio Machado bonachón con una cierta ironía, a un Juan Ramón Jiménez complicado o a un Pérez de Ayala impaciente. Todos hemos conocido sus obras y biografías pero como no eran contemporáneos nuestros, no pudimos ver cómo eran en realidad. Sorolla con su genio, nos brinda lo más cercano a esa posibilidad. Por lo demás, bien está contemplar otra vez, la Duquesa de Alba, pintada en Sanlúcar por Goya o el niño de Velázquez, pero a mi me mató el conjunto escultórico de Luisa, la Roldana, Los desposorios de Santa Catalina. Una orfebre de la escultura.

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