Ciento veinte mil años, de acuerdo con la estimación de los estudiosos, nos separan del hueso de uro tallado donde un lejano antecesor del Paleolítico Medio trazó seis líneas de significado indescifrable, a las que sus descubridores atribuyen un contenido simbólico que tal vez remita a la caza, dado que la pieza ha aparecido en un yacimiento donde las toscas herramientas de pedernal se mezclan con otros restos de animales. El hallazgo ha tenido lugar en Ramla, Israel, y los arqueólogos señalan que se trata de uno de los más antiguos testimonios de grabados no aleatorios, sino portadores de significado, debidos a esa humanidad neandertal o ya sapiens que mucho tiempo después dejaría muestras de su capacidad de abstracción en el arte mural de las cuevas. Aunque las escrituras rudimentarias son muy posteriores, de sólo unos pocos milenios antes de la Era, los frescos e inscripciones de la Prehistoria contienen multitud de signos -flechas, cruces, estrellas, espirales- que insinúan el inicio de un largo proceso, culminado más adelante en los ideogramas y finalmente, gracias a la invención de los alfabetos, en la transcripción fonética de las lenguas. Como las de otras muestras similares, las toscas hendiduras del hueso, hechas de una vez por una misma mano, sugieren una impresión de alineación o recuento, pero sus descubridores deducen de ellas la existencia de un vínculo espiritual entre los cazadores y sus presas, en línea con lo que sabemos de los rituales mágicos que andando las edades alumbrarían las religiones arcaicas. Cuanto mayor es el conocimiento de esas comunidades remotas, más atrás se localiza la fecha en la que los humanos modernos o hasta sus predecesores habrían abandonado el mudo ensimismamiento de los parientes en la escala evolutiva. Y este punto nos lleva a la fascinante y acaso irresoluble cuestión de los orígenes del lenguaje, campo tradicional de la antropología y la lingüística al que se han sumado la psicología, la biología comparada, la genética o las neurociencias. Dicen los especialistas que los órganos del habla, es decir la capacidad para emitir sonidos articulados, incluida la mutación de un gen relacionado con ella, estaban suficientemente desarrollados en otros homínidos, pero es imposible saber en qué momento nacieron la comunicación verbal o más recientemente las protolenguas de las que derivaron los idiomas conocidos y tantos otros extintos. Si fueron capaces de pensamiento simbólico, los primeros artesanos quizá pudieran intercambiar palabras o embriones de palabras. Sobrecoge imaginar ese tiempo inconcebible en el que los humanos ya pensaban -si es que lo hacían- pero aún no podían expresarse.

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