La playa de El Rinconcillo estaba ayer a la caída de la tarde verdaderamente espectacular. Levantuchón con marea baja y aprovechamos para continuar con la pretemporada de nuestro equipo de baloncesto ante un escenario natural de indiscutible belleza.

En septiembre ya sólo quedan algunos vecinos de la playa que se asoman a sus puertas para llamar a los niños renegríos que no se cansan de jugar a la pelota por mucha humedad que les traiga la mar y, ayer, toda una legión de cañas de pescar se repartían desde Casa Bernardo hasta la desembocadura del río Palmones.

Cañas de pescar con vecinos sentados en sus sillas de playas y pertrechados con modernos carritos para aparejos y carnadas. Imagen bucólica. El peñón de Gibraltar al frente con su boina de Levante, las luces de las grúas del puerto y varios barcos de cerco a los que parecía irles bien por lo escorado de sus bandas.

En realidad, ante tanto placer de la actividad, no sé si los pescadores del Rinconcillo preferían que picase algo o no, con el fin de no levantarse y seguir en sus sillas playeras contemplando tanta hermosura ante sus ojos.

Recorrimos la playa desde el puente del Acceso Norte hasta tocar el agua del río Palmones, esa es la tradición del deportista en pretemporada, y tuve tiempo para recordar la época en la que fui un fanático de la pesca.

Yo empecé en los pelotes del Marítimo, cuando tenía mar, paseando una hembra de choco como reclamo para coger a los machos que se acercaban con la fija. Igual pescábamos allí que nos bañábamos usando de trampolín un tablón de madera de las obras de Rotabel.

Pero el Llano Amarillo se adueñó de todo. Me recuerdo pescando en la lonja mientras los barcos, abarloados hasta en filas de cuatro, esperaban para la descarga. Bailas, robalos y palometas eran nuestros objetivos. Entraban a saco a los boquerones y sardinas enteros que nos regalaban los pescadores. La Autoridad Portuaria también nos echó de allí y nos desplazó hasta la punta del muelle, en la Fábrica de Hielo, de donde también fuimos exiliados hasta el Espigón de la Isla Verde.

Más puerto, menos mar para los algecireños. Los clubes de pesca de Algeciras eran grandes asociaciones con gran actividad y magníficas casetas de Feria. Consiguieron que en el retiro del Espigón de la Isla Verde instalaran unos puestos de hierro que te permitían lanzar casi hasta Gibraltar, algo que con los rellenos de ambas partes ocurrirá en breve, pero la Autoridad Portuaria aprovechó el zumbido mundial de inseguridad que produjeron los atentados del 11S de 2001 en las Torres Gemelas y terminó blindando todo el recinto.

En un último intento por contentarnos, nos mandaron a un muelle de madera junto a lo que ahora es Alcultura. Remiendo infructuoso de enganches que acabó con todo. Por eso ayer, ese batallón de pescadores con sus cañas, me recordó que a pesar de la APBA, todo no está perdido y siempre nos quedará El Rinconcillo… ¿O no?...

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