A comienzos de los setenta la televisión norteamericana empezó a emitir un programa de marionetas destinado al público infantil (especialmente el de edad preescolar) que combinaba la educación con el entretenimiento, su nombre era "Sesame Street" y, diez años después llegaría a España con el título de "Barrio Sésamo". En el programa unos títeres (muppets) enseñaban a los niños pequeños lectura y aritmética elementales, los colores, los días de la semana…También incluía secciones que se centraban en habilidades básicas como las normas de higiene o la seguridad al cruzar una calle. Además, a lo largo del programa solían incluir elementos de humor menos infantil para animar a los adultos que, sagazmente, los autores suponían obligados a ver junto a los niños las aventuras de títeres y peluches.

Pero, no es la nostalgia que, en cierta forma, me despierta el hecho de que quienes se sentaban sobre mis rodillas para ver embelesados al monstruo de las galletas y sus congéneres hoy me superen en dos palmos de altura, lo que me ha traído a la memoria "Barrio Sésamo", sino, más bien, el recuerdo de los conceptos que inculcaban a los chicos que, aunque simples, les resultaban imprescindibles para desenvolverse por la vida con una mediana orientación.

A fuerza de repetirlos, los niños aprendían a distinguir, por ejemplo, "delante" de "atrás", "fuera" de "dentro", el "8" del "3" o la "b" de la "d". Aunque todo es relativo, no parece probable (excepto en el extraño caso que el crio se dedicase a la física cuántica) que una vez adquiridos estos conocimientos básicos fueran puestos en entredicho por ningún hecho ni circunstancia del mundo real. Sin embargo, la enésima resolución judicial sobre un parking construido en Algeciras en el lugar que ocupaba la hoy añorada "Escalinata" es la sorprendente prueba de la existencia de una "nueva lingüística" donde algo tan evidente como la distinción entre "arriba" y "abajo" adquirió un carácter cuasi filosófico al aplicarse la denominación de "subterráneo" a un aparcamiento que -todavía hoy- se eleva más de veinte metros sobre el nivel de la calle.

Ni a políticos ni a empresarios (por lo general, una peligrosa asociación) les tembló el pulso a la hora de subvertir en beneficio propio conceptos tan irrefutables como la ubicación espacial de un inmueble. Al final serán los ciudadanos y no sus desvergonzados promotores quienes corran con los gastos del bochornoso chanchullo del parking "subterráneo" y suerte tendremos si la rana Gustavo no es la que acaba entre rejas por no explicar bien… lo de "arriba" y "abajo".

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