Sara, Celia y las playas

En el Rinconcillo sólo hay dos medios adaptados para desplazar a las personas con limitaciones

Sara y Celia son dos jóvenes mujeres en las que personificar la gratitud de quien como yo, se ha beneficiado de su atención. Algunas de nuestras playas disponen hoy de un servicio de socorrismo que no se limita a los casos de emergencia sino que también asiste a personas con limitaciones, para que puedan disfrutar del baño. En las medidas y en los instrumentos hay carencias que debieran ser corregidas, pero la disponibilidad del personal no puede ser más grata. Es lo que tuve la satisfacción de expresarle uno de estos días, a Mirella, la jefa de playa en el Rinconcillo. No he tenido, a Dios gracias, que recurrir a ellos para emergencias, pero sí para que nos ayudaran a trasladar hasta la orilla a una persona de cincuenta y dos años, afectada de parálisis cerebral.

Sara trabaja en la limpieza y es de origen marroquí; reside en Algeciras desde hace casi veinte años. Celia es estudiante de fisioterapia y educación física en la Universidad de Lérida y dedica su tiempo en verano al socorrismo y a la ayuda a personas con limitaciones. Las dos pusieron toda su energía y voluntad a nuestra disposición. No faltan reproches por parte de quienes tomando cómodamente el sol, se dirigen a veces con tono recriminatorio a estos jóvenes que merecen, por el contrario, el más abierto reconocimiento. En el Rinconcillo sólo hay dos medios adaptados para desplazar a las personas con limitaciones y un único espacio para protegerlas del sol. En Getares hablé con Óscar y con Jaime y visité el único espacio adaptado que dispone, en este caso, de tres ingenios para el desplazamiento hasta la orilla.

El servicio, externalizado, es insuficiente. Las pasarelas se quedan muy lejos de la orilla y no hay señal ni acondicionamiento en la ruta que lleva hasta al mar, que impida a los bañistas obstaculizar el paso. Sería muy de desear que la Concejalía de Playas prestara una atención adicional a estos detalles. Es necesario que el final de las pasarelas no esté más allá de quince metros de la pleamar. El señalamiento de la ruta, prohibiendo a los bañistas estacionarse en ellas, podría hacerse con sogas gruesas sujetas a un punto fijo en la orilla. El volumen de arena que acumulan, por ejemplo, los vehículos encargados de la limpieza, son un importante obstáculo para la circulación de los ingenios adaptados. Mucho se arreglaría alisando y prensando la arena en los caminos que desde el final de las pasarelas conducen al mar.

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