La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Sánchez Polvorón

El presidente y candidato es un polvorón que se deshace si le quitan el papel. Por eso no admite preguntas

Tuve un profesor al que llamaban el polvorón porque, decían las lenguas afiladas, si le quitaban el papel se deshacía. Se referían, claro, a las cuartillas amarillentas que curso tras curso leía en sus clases. ¡Y que no se le hiciera una pregunta! Llegaba, leía y se iba. Así actúa Sánchez Polvorón, Pedro Mordaza o Sánchez I el papirofobia (aunque el único papel que le da miedo es el de los periódicos que no le tocan las palmas). En el debate que antecedió a las últimas elecciones hincaba la mirada en el papel cuando hablaba y hacía como que escribía o movía los papeles cuando los otros se dirigían a él. En la comparecencia del miércoles, siendo tan importante, sólo admitió dos intervenciones. Y más de una vez se ha cabreado si una de las pocas preguntas que admite no le gusta.

Sobrado de razón, el periodista Daniel Basteiro le dio un buen zasca en la primera de las dos únicas intervenciones diciéndole a él (y aclarándole a los ciudadanos) que "si sólo va a haber dos turnos de preguntas en esta comparecencia no es porque los periodistas no queramos preguntar más, si no porque a diferencia de los demás líderes políticos que han comparecido en el Congreso se ha puesto este límite, algo por lo que mis compañeros y yo expresamos nuestra profunda disconformidad". Posteriormente Basteiro tuiteó: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad. La de un responsable institucional es, entre otras, someterse habitualmente a las preguntas de los medios, sin limitaciones estrictas y no justificadas. No sólo cuando le viene bien, sino especialmente cuando es incómodo".

A Sánchez le gusta menos el papel de la prensa que al jefe de los bomberos quema libros de Franheit 451. Le incomodan las preguntas tanto como a cualquier otro político, pero a diferencia de sus colegas las suprime del todo o las reduce a dos. Pensando en positivo, esto querría decir que se conoce bien y tiene una realista consciencia de sus límites; que es un hombre prudente, virtud siempre apreciable en un político: no quiere subir al ring de las preguntas porque sabe que no resistiría un asalto. Pensando en negativo, su fobia a las preguntas y a la prensa señalaría su cortedad intelectual, su incapacidad para expresarse, argumentar y encajar o, aún peor, lo mucho que no puede decir sin ponerse en aprietos. No le pidan al mago que diga cómo saca al conejo de la chistera porque se acabó la función.

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