Al sur del sur

Javier Chaparro

jchaparro@grupojoly.com

Ruidos

Nos hemos acostumbrado. ¿Qué pensarán de nuestra estulticia colectiva dentro de cien años?

Cuando Pedro (nombre ficticio) entró por vez primera en la redacción de Europa Sur traía consigo una voluminosa carpeta con todas las denuncias que había presentado inútilmente ante el Ayuntamiento de Algeciras a causa del insoportable nivel de ruido existente en su calle durante las noches de los viernes y sábado. También nos ofreció numerosas fotos de los restos de orín, vómitos y vasos rotos hallados al día siguiente en su portal. Nos contó que, literalmente, los fines de semana se muda junto con su pareja e hijos a casa de sus suegros ante la imposibilidad de conciliar el sueño y para evitarse más disgustos. Cuando compró su piso en el centro de Algeciras, el local comercial de abajo estaba ocupado por una cafetería, pero al cabo de un tiempo se convirtió en un bar de copas. Pronto abrieron otro a su vera. Fue el inicio de su pesadilla.

Hace unas semanas, cansado de toparse con las puertas cerradas, Pedro constituyó una asociación de afectados por los ruidos que se ha propuesto que sus voces, al menos, sean oídas y que su calle sea declarada zona saturada acústicamente. La publicación de la noticia en estas páginas logró, de momento, que el alcalde se haya comprometido formalmente a recibirles personalmente para escuchar sus demandas. Algo es algo tras verse mucho tiempo con las puertas cerradas en el Consistorio.

El problema no se puede apuntar en el debe de todos los bares. La mayor parte de ellos ha realizado cuantiosas inversiones para insonorizar sus locales e, incluso alguno de ellos ha recurrido a dar conciertos en vivo ofreciendo auriculares inalámbricos para escucharlos. El problema principal es de la clientela que sale a echar un pitillo con un vaso furtivo en la mano, las conversaciones a viva voz, los coches con la música a toda pastilla y cierta indolencia por parte de la autoridad municipal.

Nos hemos acostumbrado absurdamente a convivir con el ruido, a aceptarlo como inevitable, al igual que la contaminación de los coches o la comida basura -¿qué pensarán de nuestra estulticia colectiva dentro de cien años?- sin detenernos a pensar que hemos rebasado los límites. La frontera de nuestros derechos se sitúa justo donde empiezan los de los demás. Y el ocio, disfrutar de nuestras calles mientras tomamos una cerveza en una terraza al aire libre, está limitado por el descanso ajeno a partir de determinadas horas.

La Junta de Andalucía, en julio pasado, flexibilizó por decreto las condiciones para la celebración de pequeños conciertos en bares y restaurantes y los horarios de cierre y apertura, dejando que sean los ayuntamientos quienes adopten las decisiones más convenientes en función de las peculiaridades de cada localidad. Por el bien de la convivencia, más vale andarse con tiento, dialogar y tratar de llegar a un consenso en cada zona.

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